08/12/2018

EMOCIONES ENCONTRADAS: La jubilación

EMOCIONES ENCONTRADAS: La jubilación

Elena se levantó, como de costumbre, a las seis y media. Así lo hacía todos los días de semana en los últimos treinta años. Aquel no sería un día más y la incomodidad de poder conciliar el sueño la noche anterior se lo recordaba.

Un frío papel que le acercó la secretaria de la escuela le confirmó la llegada de la jubilación como directora. “Mañana es tu ultimo día…”, resonaba en sus oídos la voz de su compañera. “¿Solo un día para cerrar tantos?”, pensó, mientras guardaba la notificación.

Planchó el delantal, dejando ir la plancha suavemente, por cada recodo de tela, muy suave, casi disfrutando de ver a su viejo compañero rendir las arrugas ante el calor y el vapor. La avanzada primavera le trajo, desde el jardín, el canto de los pájaros que se mezcló con el aroma del café y las tostadas. “Parece que va a estar lindo”, pensó al mirar por la ventana, esa misma desde la que miró en los inviernos, con lluvia o con nieve y la decisión de hacerse a las calles para llegar a horario. Tomó su maletín, heredero de otros tantos que guardaron sus carpetas y libros, desde aquellas planificaciones escritas a mano, con la Parker, a las hojas tipeadas en computadora; los lentes colgados coquetamente de su cuello, esos que le trajeron los años de escritorio y correcciones: sumas, restas, composiciones, verbos y puntuaciones. El calcado recorrido, la rutina que la llevó por la casa desde que se levantara, la depositó en su auto, aferrada al volante rumbo a la escuela.

La recibieron el portero y la maestra de turno. Anduvo el camino hasta la dirección y dejó sus pertenencias sobre el escritorio. Miró las plantas, esas compañeras que parecían saludar desde el estante. Un poco más allá, unos portarretratos con afectos básicos, esposo e hijos, esos que no estaban cuando comenzó el camino, hasta esa mañana. Llegaron y se sumaron a la profesión. Noches en vela bajando fiebre con paños fríos, cuando la ausencia del delantal daba paso a la madre y llegar a la tarea, al día siguiente, con apenas unas horas de sueño. Su compañero, que comprendió y acompañó.

Se alisó el delantal, respiró hondo mirando al techo y salió a la galería, al ruedo que tanto conocía y tan bien le hacía. De a poco, se iba poblando de las esenciales voces de los alumnos, ese trinar feliz grabado en su alma, ese que aun en las noches pareció oír, alegre, dichoso, al que ella construyó durante años, desde el aula, por los pasillos o en la dirección.

Esa mañana no hubo alumnos designados para la bandera; fue ella, por pedido de sus compañeros y algunos padres. Ella, que tantas veces estuvo en la sombra, a un costado, viendo como brillaban sus niños, en ese momento, ocupaba el centro. Vio ascender el paño celeste y blanco lentamente, meciéndose en la brisa, mientras una canción entonada por los presentes la acompañó. La tarareó despacito, dejando que cada nota le atravesara el alma, que le erizara la piel y fuera emoción. Se volvió y vio a los nenes rodeándola. En la cara de ellos, vio a tantos que dejó atrás, que crecieron con los cimientos que ella ayudó a plantar. Un ramo de flores y una larga hilera de besos coronados de aplausos demoraron el ingreso a las aulas.

Entró y salió de su oficina como siempre, como si aquel no fuera su ultimo día de trabajo. Por momentos, se olvidó de ello. Caminó los pasillos observando hacia el interior de las aulas y se vio, joven, recién recibida, con las manos empapadas de nervios tomando la tiza frente a ese universo de color verde llamado pizarrón. Volvió a deambular entre las filas de bancos, deteniéndose ante cada niño, apoyando, estimulando, corrigiendo. Conoció el rostro de cada uno, su expresión, su alegría o angustia. Se quedó en los recreos o después de hora averiguando, mediando, convocando padres, reuniones, orientando caminos, dando ánimo. Docente, con todas las letras.

¿Cuándo nació esa vocación? Durante años, se lo preguntó, hasta entender que vino con ella, desde la cuna, cuando jugaba a la maestra y su sueño era más grande que su talla hasta que lo concretó en el instituto universitario.

El timbre de salida la llamó a ese último instante del día de labor, de “su” último día. Muy lento, casi sin querer hacerlo, tomó sus cosas de arriba del escritorio. Cerró la puerta y recorrió paso a paso el pasillo que la llevó hasta el patio; en cada uno, vio pasar su vida en las aulas. Caminó por el patio rumbo al portón de salida mientras unos alumnos jugaban en las hamacas, una niña se acercó y le pidió que le ate el pelo con una cinta, ajena a todo: a la jubilación y a ese momento que ella transitaba. Aquella niña vio a la seño que tanta atención le prestó y a ella fue, como si nada. La miró irse. Desde el tobogán, la saludó un nene. Antes de subir a su auto, dio una última mirada. Sintió como una brisa a su lado y se vio pasar, aquel primer día de maestra, con el delantal que planchara temprano. Dio un suspiro y dijo en voz baja: “misión cumplida”.

Te puede interesar
Ultimas noticias