06/10/2018

En la Antártida, no

El Tratado Antártico se firmó el 1 de diciembre de 1959 pero entró en vigor el 23 de junio de 1961. En su primer artículo, establece que ninguna de sus disposiciones se podrá interpretar “como una renuncia, por cualquiera de las partes contratantes, a sus derechos de soberanía territorial o a las reclamaciones territoriales en la Antártida, que hubiere hecho valer precedentemente”. Entre las partes, está la Argentina, claro.

El país es uno de los pocos que puede acreditar más de un siglo de presencia sin interrupciones en esas tierras remotas. El texto aclara que adherir a la normativa tampoco se podrá entender “como una renuncia o menoscabo, por cualquiera de las Partes Contratantes, a cualquier fundamento de reclamación de soberanía territorial en la Antártida que pudiera tener, ya sea como resultado de sus actividades o de las de sus nacionales en la Antártida, o por cualquier otro motivo”.

Los reclamos sobre soberanía están literalmente congelados desde que se celebró el Tratado Antártico, al instalarse un régimen jurídico especial al sur de los 60 grados de latitud sur. El sector nacional se extiende desde ese paralelo hasta el polo y está comprendido por los meridianos de 25 y 74 grados de longitud occidental. La inmensa superficie pasó a formar parte del Territorio Nacional de Tierra del Fuego desde 1957 y, en la actualidad, integra esa provincia.

Sobre fines del siglo XIX y a principios del XX, fueron varias las expediciones europeas que resultaron auxiliadas por marinos argentinos. Como consecuencia de aquellas incursiones, incluso los extranjeros designan a determinados accidentes geográficos con nombres “nuestros”, como isla Uruguay (por la corbeta del mismo nombre), las islas Argentinas y Quintana, entre otras. Pero fue el 22 de febrero de 1904 cuando se inició la presencia permanente de la Argentina.

En aquella jornada, se izó el pabellón nacional en las islas Orcadas. Hay que destacar que, por cuatro décadas, la Argentina fue el único país que mantuvo presencia permanente en esas latitudes. Para el argumento nacional, es el mejor aval que se pueda presentar para justificar el reclamo de soberanía. Entonces, se contabiliza bastante más de un siglo de actividades nacionales, de carácter científico y administrativo.

En términos jurídicos, por disposición del Poder Ejecutivo, en 1904, se estableció el Observatorio Meteorológico Antártico Argentino. Otro decreto resolvió la creación del Instituto Antártico Argentino, ya en 1951. Más tarde, se fijaron los límites del sector nacional y, en 1969, se creó la Dirección Nacional del Antártico. Desde la vigencia del Tratado Antártico, el gobierno adoptó todas las recomendaciones que surgieron en el marco de las reuniones consultivas.

Para justificar sus pretensiones, el país esgrime como títulos la continuidad geográfica y geológica que existe entre la Antártida y la porción continental del territorio argentino. También la herencia de la jurisdicción española al producirse la emancipación y la presencia de buques cazadores de focas desde 1810 en adelante. Pero el argumento de más peso es la presencia del Observatorio Meteorológico y Magnético de las Orcadas del Sur desde 1904.

Luego se instalaron y mantuvieron otras bases, tanto permanentes como temporarias.

Con momentos de mayor desarrollo y otros de menor intensidad, la Argentina jamás interrumpió su gestión en la Antártida, a través de trabajos de exploración, estudios científicos y cartográficos. Instituciones nacionales instalaron y mantienen faros y otros dispositivos que ayudan a la navegación. Desde los tiempos de la legendaria corbeta “Uruguay”, se desarrollan tareas de rescate, de las que se beneficiaron incluso expedicionarios ingleses.

En los últimos tiempos, no llegan buenas noticias desde la Antártida. No sólo de la porción que la Argentina pretende, más bien de toda su dimensión. Las inmensas extensiones de hielo se reducen y el mar llega a lugares donde, años atrás, sólo se encontraban grandes campos blancos. El calentamiento global, que durante tanto tiempo las potencias se negaron a admitir, se nota de manera contundente en el continente helado.

No sabemos si en algún otro lugar del mundo existen ambientes naturales prácticamente prístinos, como en la Antártida. Pero sí sabemos que su preservación es primordial. No sólo por la tan temida elevación de las aguas costeras, sino por el valor que la vida y el ambiente antárticos tienen en sí mismos. En este sentido, el Tratado Antártico se revela como un instrumento exitoso, ya que impidió que la polución que reina en el resto del planeta también arrimara al continente helado.

En nuestros días, es noticia el Ártico. Al derretirse zonas que históricamente fueron hielo, las grandes potencias que lindan con la zona iniciaron una carrera entre ellas para asegurarse soberanía y explotar los recursos petroleros que antes, resultaba antieconómico explotar. Hay que tomar precauciones, y con mucho énfasis, para que idéntico desmadre ambiental no se reproduzca en la Antártida.

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