El FER editó notable libro de fotografías

Su autor es de Viedma y si bien los registros de la costa rionegrina son considerables, también hay lugar para los parajes de Línea Sur y el oeste provincial. Un volumen que resalta la diversidad geográfica de Río Negro.

Pueden recorrerse sus páginas en el orden que sugiere la numeración, pero también dejarse llevar por el azar. Si la alternativa es la usual, las primeras imágenes no solo impactarán a la vista: pueden oírse los arrumacos eternos que se prodigan el mar y las playas, en el litoral rionegrino. O la cuota de misterio que al capricho de las mareas, revela la restinga debajo de la bóveda rojiza del cielo atlántico, en un momento de calma infinita.

En cambio, si se juega con la casualidad, una foto a doble página mostrará un tropel de choiques que de manera previsible, da la espalda y se aleja con prisa de las miradas que aspiran a llenarse de su carrera rítmica. Otra demostrará qué tan caprichosa puede resultar la espuma al asumir formas, apenas desecha la ola después de superar la rompiente. A su derecha, un guanaco solitario, que más sabe de arenas y pastos duros que de cuestiones marinas.

”Del corazón” es un impactante libro de fotografías que editó durante el año en curso el Fondo Editorial Rionegrino (FER). Su autor, el fotógrafo oriundo de Viedma, Marcelo Minichelli. Nos dice la breve semblanza biográfica: “de profesión agrimensor, siempre ha estado en contacto con la naturaleza y con la observación del entorno, rasgos que encarna su obra” ¡Y cómo! Después de otras alternativas, “Marcelo Minichelli se presenta formalmente como fotógrafo profesional a través de su primera muestra fotográfica en 2015, desarrollando, desde entonces, una actividad intensa en el rubro, siempre caracterizado por tomas nocturnas, imágenes aéreas y fenómenos meteorológicos”.

La curaduría corrió por cuenta de Carla Moralejo Struska, quien también trabajó en la corrección literaria. Las dos primeras fotografías que apuntábamos, las tomó el autor en El Cóndor, geografía cercana a su lugar de origen. El libro propone un poco de suspenso porque las notas que indican la localización de cada escena no están al pie de cada página, sino al final. Entonces, los familiarizados con los paisajes rionegrinos identificarán sin dificultad la mayoría de los registros, pero difícilmente todos. Y resulta entretenido prolongar esa indefinición.

A los choiques los captó Minichelli a la vera de la Ruta Provincial N° 1, que une Viedma con San Antonio Este, a pasos del mar. Aquellos caprichos espumosos, corresponden a Bahía Rosas, también cerca de la RP1. Otro tanto sucede con el guanaco, pero a esta altura de la enumeración antojadiza del periodista, parecería que el fotógrafo solo tuvo ojos para la costa marina de la provincia. No es así.

Cordillera presente

Si bien una cantidad considerable de sus fotografías las tomó donde la estepa se desbarranca sin vértigo hacia las breves playas, para luego dar paso a la planicie azul – verdosa, Minicheli también se dejó emocionar por la cordillera. Por ejemplo, por el otoño en El Foyel, El Manso y alrededores de El Bolsón, con vistas espectaculares del glaciar Hielo Azul o del refugio de alta montaña en el cerro Piltriquitrón.

De Bariloche, el fotógrafo consiguió plasmar los reflejos increíbles del Nahuel Huapi, a los que captó desde alturas nevadas y troquel mediante, los editores consiguieron extender en una triple página. La áspera belleza de Puerto Pañuelo en un día gris de contornos nevados también vale para que el Nahuel Huapi dé el presente en una obra que honra la amplitud de Río Negro y su interminable paleta de colores.

Dice el fotógrafo en el prólogo: “del corazón. Ese lugar desde donde aporto mi creatividad, mi pasión, mi emoción, la visión de mi ojo interior cuando hago una fotografía; estoy creando algo nuevo y es un momento único e irrepetible. Una parte se encuentra delante de la cámara: la realidad, y otra parte se ubica detrás: nosotros mismos. La cámara nos proporciona el medio para unirlas”.

Añade el viedmense: “la fotografía para mí es una búsqueda apasionada de la belleza en lo común, en lo cotidiano, en lo que ‘miramos’ todo los días pero no ‘vemos’. Es un impulso que viene de mucho más allá de lo que cualquier lente puede alcanzar y, en definitiva, es una simple interpretación artística. Mi necesidad de estar en la naturaleza, al aire libre, en contacto pleno con el universo que nos rodea, desemboca ineludiblemente en su registro fotográfico”. Veamos aquello que miramos diariamente. En “Del corazón” su esplendor es irrefrenable.

Temblar ante los reflejos del futuro

El director del FER también aportó algunas palabras en el volumen: “siempre recuerdo aquella frase de André Breton en la que decía que ‘la obra de arte solo tiene valor en tanto los reflejos del futuro la hacen temblar’. Notarán ustedes que en la fotografía de Marcelo prácticamente no hay personas, solamente algún artefacto cultural (un faro, un puente, una bicicleta) o alguna fauna regional, nada más”.

Daniel Welschinger interpretó que “eso se debe a que las tomas se realizan en función de los indicios, con lo cual se van convirtiendo en elementos de prueba de nuestro proceso histórico: así entrega el ámbito natural nuestra generación a las subsiguientes. Aquí reside la fuerte impronta cultural del registro: esta mirada ahora exige un sentido de interpretación sin dudas artístico, sin dudas dialogal”.

Aportó el magíster que “las tomas, a la vez que amplias, son muy cuidadas y seleccionadas por el ojo del realizador. Entonces, nos damos cuenta de que una naturaleza le habla a la cámara fotográfica y otra distinta le habla al ojo, porque en lugar de un espacio subordinado a la acción técnica consciente, las imágenes presentar un espacio vinculado a lo inconsciente. Es el artista (el fotógrafo, la curadora, la diseñadora), mediando con su generosa sensibilidad, quien nos permite reconocer nuestro propio inconsciente óptico”.