05/09/2018

¿Y cuándo nos cobren el oxígeno?

Medianamente se sabe que, gracias a las emisiones de gases de “efecto invernadero”, es cada vez mayor la presencia de dióxido de carbono en la atmósfera. Pero, curiosamente, no goza de idéntica difusión la consecuencia que va de suyo: la disminución del oxígeno. Sobre todo, si se tiene en cuenta que estamos frente a un elemento ante cuya carencia la vida humana no será posible.

Las evidencias están más que a la vista. Las investigaciones establecieron que, hace tan solo 10.000 años, la cubierta vegetal del planeta doblaba a la que existe en la actualidad. En consecuencia, los bosques que sobreviven emiten hoy la mitad del oxígeno que diseminaban por aquel entonces. Pero, además hay que tener presente que el deterioro no terminó porque la desertificación y la deforestación aceleran la disminución significativa de las fuentes de oxígeno.

En el mar, sucede otro tanto. La mismísima NASA admitió que, en el Norte del Pacífico, las grandes concentraciones de fitoplancton que son productoras de oxígeno, totalizan un 30 por ciento menos que en los 80. Es decir, estamos frente a un enorme descenso que se produjo en solo tres décadas. Por otro lado, la ONU sabe que existen cerca de 150 “zonas muertas” en diversas áreas de todos los océanos. En general, son sitios donde se vierten o vertían aguas residuales y desechos industriales, fertilizantes agrícolas y otros contaminantes.

Cuando van a parar a las aguas, estas sustancias reducen el nivel de oxígeno en una extensión determinada, donde las criaturas marinas ya no pueden vivir. No necesitamos que nos cuenten esa historia. Aquí, en la Argentina, tenemos el desastre de la Cuenca Matanza – Riachuelo, cuyos cauces se caracterizan, justamente, por carecer de oxígeno. En consecuencia, no es posible la vida.

La escasez marítima de oxígeno reduce las reservas regionales de pescado y, como consecuencia, los alimentos de poblaciones que son dependientes de la pesca. También causa mutaciones genéticas y cambios hormonales que pueden afectar la capacidad reproductiva de la vida marina; otra faceta del mismo fenómeno que también repercutirá, con el paso del tiempo, en los suministros globales de pescado.

Hay investigadores que se detuvieron a estudiar los niveles de oxígeno que se daban en tiempos prehistóricos. Para hacerlo, analizaron químicamente las burbujas de aire que quedaron atrapadas en el ámbar de árboles fosilizados. Esos estudios permiten afirmar que los humanos respiraron un oxígeno mucho más rico hace 10.000 años. Pero, además, los niveles de oxígeno también fueron considerables: hace 65 millones de años, el 29 por ciento del aire era oxígeno.

Son varios los científicos que concuerdan a la hora de sostener que, en tiempos históricos, la magnitud de oxígeno presente en la atmósfera osciló entre el 30 y el 35 por ciento. En la actualidad, ese guarismo solo trepa al 21 por ciento. Pero, además, los niveles son todavía menores en las zonas céntricas de las ciudades más contaminadas y densamente pobladas. En esos sitios, en cercanías o derredor de grandes centros industriales, el oxígeno solo representa el 15 por ciento de la atmósfera. Puede que menos, incluso.

Buena parte del cambio climático acelerado al que asistimos tiene que ver con la actividad económica que se comenzó a desarrollar durante la Revolución Industrial, con la quema de combustibles fósiles. Desde esa perspectiva, durante el siglo pasado la humanidad en su conjunto se consagró a bombear cantidades crecientes de dióxido de carbono a la atmósfera, al consumir carbón, petróleo y gas natural. El proceso también se caracterizó por el consumo de oxígeno y la destrucción significativa de la vida vegetal. Entonces, mientras por un lado diseminamos dióxido de carbono por la atmósfera, por el otro, eliminamos las “fábricas” de oxígeno. ¡Una pinturita de paradigma!

Curiosamente, y hasta donde nosotros sabemos, no se conoce a ciencia cierta qué consecuencias traerá aparejada la disminución de oxígeno en la atmósfera. No conocemos si realmente será importante, si habrá consecuencias en la vida práctica, ni qué repercusiones tendrá sobre el organismo o cuáles sobre la salud. En este sentido, es notable advertir cómo se financian investigaciones millonarias para que los teléfonos celulares sean cada vez más pequeños y desarrollen más funciones, mientras a nadie se le ocurre sostener un estudio para ver si dentro de unas décadas seguiremos aquí o no. Por ejemplo...

Las presunciones no se pueden evitar. Es cierto que el descenso en los niveles de oxígeno tuvo lugar durante millones de años. Pero los cambios que ocurrieron en los últimos dos siglos, en coincidencia con la urbanización y la industrialización, fueron sumamente veloces. Modificaciones tan abruptas, ¿le permitieron al cuerpo humano evolucionar para adaptarse a concentraciones más bajas de oxígeno? Que no haga falta el surgimiento del “emprendedor” iluminado vendedor de oxígeno.

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