03/09/2018

Se tiene que acabar la manía de “limpiar”

En relación con las costas, la preocupación de la sociedad barilochense suele limitarse a la problemática del acceso, es decir, al incumplimiento de la normativa por parte de gran parte de los propietarios quienes con sus construcciones, impiden el libre tránsito hacia las orillas. El asunto suele adquirir ribetes polémicos, sobre todo, durante el verano, cuando en busca de esparcimiento, los vecinos se ven impedidos de disfrutar de los lagos.

Pero existe otra faceta menos considerada socialmente aunque quizá sea más trascendente: la modificación de los ambientes costeros. En efecto, a raíz de determinadas prácticas relacionadas con la interminable urbanización que experimenta Bariloche, se registra un considerable impacto que está convirtiendo a las costas de los lagos en un paisaje muy distinto al original. Las voces de alerta ya se emitieron hace rato.

Es necesario tomar conciencia del deterioro que se practica sobre el ambiente costero para evitar que se extienda, porque aún existen importantes áreas que pueden preservarse. Para los especialistas, la preocupación primaria tiene que ver con la conservación del huillín. El animalito habita sobre las orillas del Nahuel Huapi. En general, cuando los biólogos y demás especialistas se detienen en una especie amenazada, identifican a los factores que constituyen esas amenazas.

En este caso, observan que los ambientes costeros se alteran en demasía, especialmente en los ejidos municipales de Villa La Angostura, Bariloche y Dina Huapi. Si bien el proceso comenzó hace décadas, en los últimos 15 años, se aceleró notablemente a raíz de prácticas “culturales” que deberíamos desechar. En general, la gente que accede a un terreno considera que tiene que “limpiarlo”, expresión que lamentablemente significa extraer toda la vegetación nativa posible.

Desde cuándo y por qué identificamos a las especies vegetales como desechos que hay que “limpiar”, es materia digna de análisis... Esa manía destructora implica que, en los terrenos que dan a la costa, se elimine la franja de vegetación costera. La cuestionable “limpieza” se lleva a cabo para que los propietarios tengan acceso directo al espejo de agua o por una razón muy suntuaria: disfrutar de vista al lago.

No solo se “limpiaron” infinidad de terrenos, además, se intentó convertirlos en parques de césped inglés. Suponemos que la mayoría de los recién llegados ignoraba el daño, pero pensar en jardines de campiña británica en plena Patagonia es un despropósito, además de un hecho de colonialismo estético y cultural. Incluso construyendo en cercanías de las orillas, las edificaciones pueden adquirir un formato racional y convivir de mejor manera con la naturaleza de la región, que no es la misma que la de Villa Devoto o Lomas de Zamora.

La normativa establece el concepto de retiro de costa, que exige abstenerse de edificar a una cantidad determinada de metros de la costa. La violación persistente de las ordenanzas generó innumerables reacciones vecinales.

No obstante, las alteraciones tuvieron lugar incluso con las construcciones en regla, ya que justamente, al poner en práctica discutibles criterios estéticos y privilegiar el valor de la “vista”, se eliminaron centenares de metros de ambiente costero.

Son franjas de importancia en biodiversidad y no solo por la presencia del huillín que, a pesar de las tropelías de sus vecinos, insiste en habitar hacia el oeste del ejido. A la hora de preservar la vegetación que es vecina de las aguas, se corre con una ventaja en relación con el bosque, porque los últimos sufren el asedio de quienes no tienen acceso a otro recurso que la leña para calefacción. Como contrapartida, el área costera se depreda solamente por una cuestión suntuaria; en consecuencia, debería ser más fácil la tarea de generar conciencia.

El asunto no tiene que ver solo con el huillín. Esa estrecha franja de vegetación cumple una importante función ecológica porque filtra el impacto que se genera desde la tierra hacia el ecosistema acuático. Es una especie de colchón que atenúa impacto, contaminación y sedimentación. También cuenta con especies propias en los 10 metros que median entre la orilla y el bosque. Por ejemplo el arrayán, el siete camisas, la patagua...

El dato que hay que retener es que viven, en esa franja, flora y fauna especiales, porque se trata de un ecosistema propio al que hay que preservar, aún cuando se intervenga. La vegetación costera es un tipo especial de bosque. Hay que bregar para que el Estado asuma poder de regulación, no solo porque no hay normativa alguna que imponga restricciones a la “limpieza” de terrenos costeros; además, porque si existiera, el poder fiscalizador es mínimo. Apenas si se puede apelar a la conciencia de quienes conviven con los ambientes costeros y pedirles que no arrasen con la herencia natural, solamente para tener una mejor vista.

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