18/08/2018

Las especies foráneas también contaminan

Los libros que dejaron los viajeros que anduvieron por Patagonia antes de la Campaña al Desierto no sólo atestiguan la presencia de numerosos conglomerados poblacionales mapuches y tehuelches, también se detienen en la flora y la fauna que atesoraba la región. Por ejemplo, George Musters –que unió la isla Pavón en Santa Cruz con Las Manzanas (Neuquén) y luego Carmen de Patagones en 1869- dio cuenta de los miles y miles de guanacos con que se cruzó diariamente, en su periplo hacia el norte patagónico. Asimismo, testimonió la presencia de cantidades apreciables de choiques.

Tanta era la población de ambas especies que la partida de tehuelches que el inglés acompañaba sólo se alimentaba de la caza que obtenía diariamente o día por medio. Recién a la altura de Esquel, cuando el contingente se topó con los primeros toldos mapuches (araucanos, decía Musters), aparecían las primeras cabezas de ganado vacuno y ovino. Hasta papas silvestres había por entonces.

Ese panorama es difícil de imaginar cuando, en la actualidad, podemos viajar centenares y centenares de kilómetros por el interior patagónico sin que se nos cruce un sólo guanaco o un mísero choique. Los ejemplares de una y otra especie sufrieron una disminución tan drástica que se encuentran en peligro. ¿Cómo se llegó a esa situación? No fue por la caza de los grupos indígenas y tampoco por las matanzas de los que recién llegaron a fines del siglo XIX.

En la vertiginosa disminución de guanacos y choiques, intervino un factor central: el alambrado. Pero, a la vez, la introducción en la región de los ganados, tanto lanar como vacuno, que comenzaron a competir con las especies autóctonas por el alimento que, justamente, en nuestra región, no abunda. Como consecuencia, 150 años después del viaje de Musters, la inmensa mayoría de los patagónicos jamás comió guanaco ni choique.

Aquel fue el inicio de la contaminación por especies. Desde 2002, existe la Base Nacional de Datos de Especies Exóticas, trabajo que fue realizado por la Universidad Nacional del Sur, con sede en Bahía Blanca. Según esa Base, en el país, se importaron 378 especies, cuya adaptación y desarrollo atentan contra la supervivencia de las autóctonas. Por ejemplo, el 23 por ciento de la flora de la provincia de Buenos Aires se conforma por especies introducidas.

Aquí en Patagonia, el 33 por ciento de los peces de agua dulce vinieron del exterior, en desmedro de percas y otras especies. Además, cabe citar al ciervo colorado, el jabalí y la liebre europea, que desplazaron al huemul, al pudú pudú y a la mara. En materia de flora, los ejemplos son más numerosos. Cabe recordar que, cuando una especie es introducida y consigue adaptarse, no encuentra los controles naturales que tienen en su hábitat original; por eso, se expande con ventaja sobre las nativas. Compiten por el mismo alimento, como ocurre con la liebre europea y la vizcacha o la mara. O bien se alimentan de otras especies, como el ciervo colorado con el maqui.

Los desequilibrios que provoca la contaminación por especies están a la vista en todo el país. Gracias al castor canadiense, los bosques de Tierra del Fuego se llenaron de lagunas y disminuyeron en su densidad. También, por la llegada de un alga, las playas de Puerto Madryn exhiben, por momentos, arenas putrefactas. Por otro lado, por el avance de los árboles paraísos, el palmar de Entre Ríos podría dejar de llamarse así próximamente.

En la costa patagónica, la invasora costera más molesta es el alga parda wakame, que se introdujo en 1994 –aproximadamente- desde Asia hacia el Golfo Nuevo y en otras áreas de Chubut. La “maleza de los mares” se acumula en la playa en muchas toneladas y se pudre. En sitios como Puerto Madryn, cuyos ingresos tienen mucho que ver con el turismo, su presencia es un auténtico flagelo.

En nuestra región, fue un plan del propio Estado el que dispuso la introducción de salmónidos, como la trucha arco iris. La intención era poblarlos con especies valiosas desde el punto de vista de la pesca deportiva. Aún no se conocen bien las consecuencias ambientales que trajo aparejada la colonización aunque algunos efectos están a la vista: la mojarra desnuda está en peligro de extinción y, por ende, confinada a sobrevivir dentro del arroyo Valcheta.

Con estos y otros datos a la vista, se imponen políticas activas de protección a la fauna y flora autóctonas, en defensa de la biodiversidad que caracteriza a la Argentina y sus diversas regiones. Si bien desandar el camino es imposible y, además, hay intereses económicos en juego –caza y pesca deportiva- es menester incluso para la preservación del recurso turístico, manejar correctamente las especies autóctonas.

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