16/08/2018

Festejar al americano desobediente

¿Qué homenajeamos los argentinos y argentinas cada 17 de agosto, cuando nos acordamos de San Martín? En verdad, son muchísimas las apreciaciones que cabría poner de relieve para balancear la figura un tanto romántica que delinearon los primeros en narrar su trayectoria, es decir, Bartolomé Mitre y sus seguidores. A poco que se examinen sus acciones con un prisma distinto al liberal, se verá que sobre sus comportamientos se tejieron no pocas zonceras.

Por ejemplo, se repite hasta el hartazgo la vocación del correntino de no desenvainar su sable para evitar el derramamiento de sangre hermana. Con esa sentencia, se intenta justificar su no intromisión en la feroz contienda que entablaron Buenos Aires y las provincias cuando todavía los realistas estaban en el Alto Perú y en el sur de Chile. Pero si bien es absolutamente veraz que San Martín no combatió en las contiendas civiles, no es cierto que no tomara partido.

Una decena de veces Buenos Aires le ordenó al futuro libertador retornar con el Ejército de los Andes a las Provincias Unidas, una vez que la victoria sonriera a los patriotas en Maipú. Hasta enternece detenerse en la correspondencia de aquellos años, cuando el jefe de la tropa inventaba excusa tras excusa para no abandonar Santiago primero y Mendoza después, ya que efectivamente, al frente de un contingente importante de sus hombres, hubo de retornar al territorio cuyano. Por entonces San Martín solo pensaba en Perú y sabía que si comprometía a sus fuerzas en un enfrentamiento intestino, jamás podría hacerse a la mar para desembarcar en el último bastión realista. En definitiva, desobedeció una y otra vez a quienes detentaban el poder en la altanera ciudad, para quienes la revolución solo significaba sacudirse el yugo realista para hacer grandes negocios con los británicos.

Como contrapartida, el vencedor en Chile causó la irritación de Buenos Aires al proponer a la gobernación de Cuyo como mediadora entre los intereses portuarios y los reclamos de Córdoba, Santa Fe y la Banda Oriental. En aquel entonces, para las autoridades bonaerenses, los federales del interior eran simplemente bandoleros, cuatreros y gauchos rotosos. En consecuencia, que el futuro libertador pusiera en un mismo plano a los partidarios del Directorio con los seguidores de Artigas, López y Bustos constituyó una auténtica afrenta.

Existe correspondencia entre el prócer americano y los caudillos del interior. Hacía rato que San Martín sabía que no podía contar con el apoyo económico y militar de Buenos Aires para seguir rumbo a Lima y por otro lado, también admitía que solo podía pensar en los gauchos de Salta para una táctica defensiva. En consecuencia, sus misivas hacia los tres hombres fuertes -cuando terminaba la década del 10- constituían exhortaciones a la unidad patriota en orden a enfrentar a los maturrangos.

El correntino no manchó su sable con sangre de rioplatenses, pero no fue neutral, como nos quisieron mentir. Harto de las mezquindades de Buenos Aires y con el apoyo de Santiago, volvió a cruzar la cordillera con el Ejército de los Andes. Si la tropa hubiera marchado hacia el Río de la Plata para ponerse a las órdenes porteñas, ¿habría terminado de la misma manera la batalla de Cepeda? Nos parece que no.

Historiadores ultra-liberales acusan a San Martín de secuestrar un ejército que en definitiva, habían armado las Provincias Unidas. En cierto sentido, tienen razón porque su jefe no solo desobedeció las órdenes de la antigua capital virreinal, además se puso formalmente a disposición del gobierno chileno y embarcó a su gente en una flota que navegó hacia el norte bajo el pabellón trasandino.

Como él mismo debía sus jinetas al gobierno de Buenos Aires, cuando consumó la desobediencia convocó a todos sus oficiales. Estaban allí los que habían cruzado la cordillera con grandes padecimientos, los que habían batido al enemigo en la cuesta de Chacabuco, los que habían mordido el polvo de la derrota en Cancha Rayada y luego, asestado el trascendente golpe de Maipú. Todavía guerreaban en el sur de Chile y sabían junto con su líder, que la victoria definitiva solo se podría conseguir en los antiguos dominios de los incas. A instancias del correntino, se reunieron, deliberaron y ratificaron a San Martín como comandante del ahora Ejército Expedicionario al Perú. Buenos Aires quedaba lejos y al norte, aguardaba la historia grande.

Más o menos por entonces, escribió el desobediente: “¡Ánimo, para los hombres de coraje se han hecho las grandes empresas!”. Hazañas trascendentes que para nuestra desventura, se vieron desteñidas por la pluma porteña, liberal y pro-británica de Mitre, para quien los “argentinos” liberamos tres países, razonamiento típico de la “ciudad gringa”, según la calificara Atahualpa Yupanqui. Profundamente americano y republicano el hombre que hoy homenajeamos.

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