13/08/2018

Turquía no tiene la culpa

Es posible pero más bien difícil que Recep Erdogan supiera que el 28 de diciembre de 2017, el equipo económico que por entonces conducía los destinos de la Argentina fijara la meta de inflación para 2018 en el 15 por ciento.

Probablemente, el presidente de Turquía no reparó que al aparecer en aquella conferencia de prensa el ex-titular del Banco Central junto a los ministros del Poder Ejecutivo, abrigó suspicacias en el “mercado” ante la verosímil pérdida de independencia de la entidad.

Además, los “analistas” se dejaron irritar por el cambio en las metas: el BCRA había previsto no mucho antes una inflación que se ubicaría entre el 8 y el 12 por ciento, cuando el Presupuesto para el año en curso preveía un 15,7 por ciento. Y se sabe, los “analistas” trabajan para las grandes empresas, sobre todo las que se desempeñan en el ámbito financiero…

Por su parte, al decidir emprender una guerra comercial contra China con la convicción de salvaguardar los intereses de su país, seguramente Donald Trump no tuvo en cuenta la emisión excesiva de LEBAC que emprendió precisamente el BCRA para obtener financiamiento. Curso de acción que no tiene nada que ver con la “pesada herencia” y es por entero atribuible a la gestión de Cambiemos.

Seguramente en Ankara y Washington, funcionarios de segundo orden se fijaron en las tasas a las que accedió la Argentina en la más reciente colocación de sus bonos en el mercado externo pero salvo los especialistas de ambos países, difícilmente alguien reparara en la puesta en marcha del Impuesto a la Renta Financiera para No residentes. No queda claro cuál de las determinaciones “nacionales” precipitó la crisis cambiaria, financiera y económica que atraviesa el país, pero todas se adoptaron en la Casa Rosada o bien en el Palacio de Hacienda. No en la Casa Blanca o en la capital turca.

Fueron las vacilaciones, los errores y los límites del gobierno argentino que provocaron la corrida cambiaria que se reactivó el último viernes. Ante la “desconfianza”, los especuladores financieros comenzaron a salir de sus “posiciones” en pesos, es decir, las LEBAC, los bonos y las acciones, para pasarse a dólares o a instrumentos financieros dolarizados. En forma simultánea, sobrevino una marcada fuga de divisas que tuvo parangón en la caída de reservas: 5.103 millones de dólares en abril, 6.525 millones en mayo, 3.217 millones en junio si se descuenta el crédito del FMI y 3.877 millones el mes pasado.

Para responder, el BCRA puso en juego una serie de medidas: venta de reservas y subas en las tasas de interés. En dirección al sector bancario, subió encajes y limitó las posiciones generales en moneda extranjera. Por las dudas, recordemos que el encaje bancario es la cantidad de fondos que las entidades deben inmovilizar, en su tarea constante de intermediar entre depósitos, créditos e inversiones financieras.

Al observar que sus recetas no daban ningún resultado, el gobierno recurrió al FMI. Negoció con la entidad un acuerdo por 50.000 millones de dólares. A propósito, hoy comenzará su tarea una misión del organismo, la primera que auditará cuentas argentinas después de 14 años. Si el equipo de Dujovne lograra la aprobación, se accedería al desembolso de otro tramo, por 3.000 millones de dólares.

Varias de las cuestiones que enumerábamos más arriba resultarían ajenas para la mayoría de nosotros y nosotras si no incidieran en la marcha de la economía real. Pero lo hicieron. El propio INDEC cuantificó la caída en la actividad, en la calle se advierten problemas en la cadena de pagos y un incremento en los cheques rechazados. Claro que la demostración más contundente de la ineficacia gubernamental es no solo la persistencia de la inflación, si no su considerable aceleración. Pensar que nueve meses atrás, se predijo que estaría entre el 8 y el 12 por ciento… Si el anuncio hubiera corrido por cuenta de Axel Kicillof, ¡qué no hubieran dicho los grandes medios de comunicación!

Para colmo de males, la recaudación de julio creció menos que la inflación, es decir, la meta de bajar el déficit demandará del gobierno más esfuerzos que los previstos inicialmente, con el consecuente impacto en los derechos en materia de educación, salud, seguridad y otros rubros indelegables. Si bien se habla nuevamente de “turbulencias”, la economía no es un fenómeno meteorológico, sino el resultado de decisiones que toman hombres y mujeres con nombre y apellido.

No es la lejanísima Turquía la culpable del nuevo derrumbe del peso. Es verdad que el contexto internacional no ayuda y fue poco analizado por el staff gubernamental (recordemos que apostaba al triunfo de Hillary Clinton).

Pero los orígenes de la interminable debilidad económica argentina están entre nosotros.

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