09/08/2018

Hay modelos que son perniciosos en sí mismos

La plantación a gran escala de “árboles industriales” desemboca en la desestabilización de todo el ecosistema que los recibe, además de ocupar vastas extensiones del espacio geográfico. Aquí en Patagonia, todavía no se tomó debida cuenta de esa consecuencia, pero no sucede lo mismo del otro lado de la cordillera, donde las comunidades mapuches y poblaciones campesinas quedan apretadísimas por hectáreas y hectáreas de pinos o eucaliptos.

Las especies seleccionadas son introducidas en regiones donde las enfermedades y las plagas son inexistentes o les son inocuas. Pero en consecuencia, la fauna local no encuentra en las áreas forestadas más que un desierto alimenticio. En cambio, los restos vegetales de pinos y eucaliptos –que son las especies más utilizadas a escala planetaria pero también a uno y otro lado de la cordillera- resultan tóxicos para gran parte de la flora y fauna del suelo.

Esta metodología presenta simultáneamente una gran debilidad porque si apareciera una especie capaz de alimentarse de árboles vivos, se transformará en una plaga que podrá poner en cuestión a todas las plantaciones similares de la región. En este caso, nuestra zona no es una excepción, con la presencia de la así llamada avispa de los pinos, una de las preocupaciones centrales de los productores forestales.

El criterio empresarial hace que la rapidez del crecimiento sea crucial para asegurar la rentabilidad de la inversión. En general, ese crecimiento se basa en la selección de especies, pero también en el uso de fertilizantes y herbicidas que afectan al suelo y al agua. La biotecnología forestal ya está creando “súper árboles” de crecimiento mayor que además son resistentes a los herbicidas, con impacto doble: mayor contaminación por uso de agroquímicos y mayor consumo de agua.

La misma lógica comercial produce que los árboles sean talados en un número reducido de años, hecho que implica una gran salida de nutrientes del sistema y procesos de erosión, así como la destrucción del hábitat de aquellas especies locales que se estaban adaptando a la plantación. Frente a esta circunstancia, los promotores de esta manera de concebir la industria admiten que las plantaciones no son bosques y que pueden acarrear impactos negativos, pero sostienen que estos impactos se generan por un “mal manejo” y no por el modelo en sí.

Pero se trata de un paradigma que cuenta con deficiencias intrínsecas y no solo de manejo. Sabemos que desde las capitales se toman decisiones que afectan a la vida y posibilidades de supervivencia de las poblaciones locales.

Sabemos también que esas decisiones resultan de los condicionamientos que padecen los gobiernos de los países menos desarrollados, que en términos económicos consideran atractivo abastecer un mercado global con los productos que éste requiere, aunque las necesidades y aspiraciones locales marchen en sentido contrario.

Inclusive en la Argentina, el “buen manejo” de las empresas pasa por convencer a los sucesivos gobiernos de que les permita invertir en determinadas regiones donde los subsidios directos e indirectos les favorecen. Pero también en que intervenga para desalojar o reprimir a los pobladores locales, si fuera necesario. Queda en evidencia entonces que el problema es el paradigma “productivista” y no la adopción de medidas de gestión más apropiadas.

Otro ejemplo. Ya se cumplieron décadas del desastre del “Exxon Valdez”, un gigantesco navío petrolero que le “regaló” a las costas de Alaska alrededor de 40 mil toneladas de petróleo. La zona afectada se conoce como Prince William Sound y según dijeron en su momento algunas voces, jamás volvería a ser igual. Fuentes ambientalistas recordaron que en 1991 la compañía ExxonMobil fue declarada culpable de infringir varias leyes y pagó más de mil millones de dólares en juicios.

A principios de los 90, Exxon había financiado un estudio que concluyó que Prince William Sound se estaba recuperando. Sin embargo, las investigaciones arribaban a otra conclusión. Uno de los estudios -que se publicó en la prestigiosa revista “Science”- concluyó que la zona no solo no se recuperaba, además experimentaba problemas adicionales por el petróleo que todavía quedaba en la zona.

Cabe preguntarse -al igual que en el caso de forestación- si las deficiencias son de gestión o intrínsecas al modelo energético, que utiliza para el transporte de petróleo enormes barcos cuya seguridad está puesta en duda dada la reiteración de gigantescos accidentes. No se puede ignorar la realidad durante mucho tiempo. Ésta indica que se impone rápidamente el concebir una manera distinta de entender a la economía y las actividades productivas.

Así como está planteado el mundo de los negocios, más de la mitad de la humanidad sobra. Pero lo que no terminan de entender las grandes corporaciones es que si no comienzan a actuar con auténtica responsabilidad social, ellas también sobrarán.

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