07/08/2018

Éramos pocos y llegó la recesión

La Argentina transita hacia un escenario de recesión. Los indicadores que refieren a la evolución de la producción, a la intensidad de los intercambios, a la marcha del consumo y a la recaudación tributaria, consignan una merma de la actividad. Como siempre, en el proceso de retracción hay sectores beneficiarios y otros perjudicados, disparidad que incide en los estados de ánimo de la sociedad. El cuadro general debería además condicionar el debate político, cuando ya se inician los movimientos para las elecciones de 2019.

Según el INDEC, en junio del 2018 se apuntó una disminución del 8,1 por ciento en la estimación industrial mensual en relación a mayo. En tanto, el quinto mes del año había apuntado una caída del 1,2 por ciento en comparación con abril. De enero a junio, el acumulado de 2018 frente a 2017 ofreció un magro crecimiento del 1 por ciento en la producción industrial, cuando de enero a mayo había sido del 2,4 por ciento. Por las dudas, recordemos que 2017 tampoco fue una fiesta…

Obviamente, la retracción en la industria impacta de manera directa en el empleo y en los ingresos de trabajadoras y trabajadores. Pruebas al canto: dos de las grandes automotrices anunciaron suspensiones para el mes que corre y liquidaciones en el stock. No solo bajaron las ventas en el mercado nacional, sino también en el internacional. Hay que recordar que desde Brasil se adquiere el 50 por ciento del ensamble nacional en la industria automotriz. En definitiva, la contracción del sector significó un 11,8 por ciento. Como la economía está interrelacionada, con la baja en el sector de marras los coletazos se padecen en los sectores del vidrio, del caucho, la siderurgia y la metalurgia.

Un panorama similar apunta la producción de alimentos. En este caso, la baja fue del 5,4 por ciento en relación a mayo. La industria de la alimentación representa el 22 por ciento del conjunto fabril, de manera que su marcha es de trascendencia. No son muy distintas las cosas en el ámbito textil, donde la caída fue del 10,8 por ciento, con particular incidencia entre las pequeñas y medianas empresas. Además, se trata de un sector que tiene presencia en provincias y que depende sobre todo del mercado interno, de forma que su retracción se explica al menos en parte por la del consumo popular.

No es distinto el panorama en el rubro energético, donde la refinación de petróleo anotó una baja del 19,9 por ciento. Sustancias y productos químicos acompañó con una caída del 10 por ciento. Solo la producción de acero experimentó un sentido inverso al industrial en su conjunto, pero su vigor no alcanza para apuntalar una reactivación del conjunto del sector manufacturero.

Así las cosas, no puede llamar la atención que la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) acusara un incremento de la recaudación del 23,8 por ciento para julio, cuando la inflación para los últimos 12 meses se estimó en cerca del 30 por ciento. La devaluación del peso se trasladó a los precios relativos del mercado interno, factor que junto a la menor producción y a las dificultades que afrontan las exportaciones agrarias, se refleja en los ingresos fiscales.

Se sabe, la principal fuente de recaudación para el fisco nacional es el IVA. Al disminuir los consumos populares, menos se tributa. Otro tanto sucede con el Impuesto a las Ganancias que grava salarios: al no recomponerse o al ajustarse por debajo de la inflación, también termina por incidir en los ingresos fiscales. Ante un horizonte recesivo, difícil que la recaudación responda de manera dinámica.

El cóctel comienza a tornarse explosivo, si tenemos en cuenta el crecimiento del endeudamiento externo que provocó la actual gestión. Cuando los ingresos genuinos del sector público disminuyen, ¿con qué se irá a pagar? Ni qué decir de la obligación estatal de garantizar derechos como la educación o la salud. El Estado no solo recauda menos, además tiende a ejecutar por debajo partidas presupuestarias en áreas sociales que son clave para que sean efectivos los derechos de vastos sectores de la ciudadanía.

El objetivo de la conducción económica es reducir el déficit fiscal según las pautas que se acordaron con el FMI y frente a esa prioridad, la recesión y su impacto en la sociedad aparecen como daños colaterales de segundo orden para el gobierno nacional. Como se sabe, los ortodoxos en economía no tienen en su manual el capítulo “políticas anticíclicas”. En consecuencia, en lugar de poner al sector público al servicio de la reactivación, con sus ajustes profundizan la recesión. Veremos de qué manera incide el cuadro en 2019. La continuidad que Cambiemos pensaba asegurada tres meses atrás, ya no parece tan firme.

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