30/07/2018

San Antonio era una fiesta

Al principio del siglo pasado San Antonio era uno de los asentamientos más prósperos de la región patagónica, en gran manera por el acopio de lanas y frutos del país y su embarque por el puerto.

El historiador Héctor Izco en su interesante libro “San Antonio Oeste y el mar” describe que “en aquellos años el comercio se desarrollaba en función de la actividad portuaria sin mayores altibajos. Barracas para acopio de frutos del país. Negocios al por mayor que vendían casi todo lo que se consume en toda la enorme influencia que tenía la localidad”.

Acota que “mucho del comercio grande tenía sucursales en distintos lugares de la “línea” (al principio huellas de carros) y a través de esas sucursales instaladas en Maquinchao; Nahuel Niyeu, Talagapa, Quetrequile (glosado por Elías Chucair), Pilcaniyeu y hasta Bariloche tenían grande ligazón con los mayoristas locales. Casas como Peirano Podestá, Sassemberg, La Anónima, Lahusen y Cía., abastecían las zonas de Valcheta, Corral Chico (hoy Ministro Ramos Mexía), y le daban al comercio local una dimensión que superaba las necesidades del pueblo donde estaban instaladas”.

En una nota sobre el desarrollo de la economía de Río Negro en la zona de San Antonio, el profesor Héctor Rey cita que “hay varias razones atendibles en la posición geográfica (sobre el Golfo de San Matías en la parte que más penetra en el continente) que la ubican estratégicamente respecto de las comunicaciones, transporte y mercado concomitante. Población de “encrucijada”, desemboque de viejos caminos que recorren la meseta desde la misma cordillera y la costa atlántica desde el este y particularmente desde el sur”.

Según el corresponsal de La Nueva Era -cita Rey- “se contabilizaban entre 15 y 20 carros diarios que comerciaban en los meses de mayor actividad (octubre a mayo) lo que implicaba una exportación de casi 2.000 toneladas de mercadería”.

Por su parte el escritor René Henry Lefebvre sobre la importancia del mismo por aquellos años escribe que “En efecto, después de Avellaneda, no había en el país otro mercado de concentración de lanas en los años 1930/1935, de la importancia de Puerto San Antonio”.

Sobre ese desarrollo Ramón Guereño expresa que “Al comenzar el año 1909, eran escasas las viviendas, caros los alquileres. Todos aspiraban a la vivienda propia. Se multiplicaron los pequeños comerciantes que se instalaban provisoriamente y así comenzó a construirse desordenadamente con material desmontable de chapa de cinc y madera. Vivió nuestro pueblo una época de fugaz esplendor. Fue el centro de atracción de hombres de trabajo y de aventureros. Una población flotante e inestable de todas las razas del mundo marginaba su moral. La población diseminada y activa, caracterizaba un conglomerado humano escudado por la codicia, donde el dinero corría a raudales”.

“Por momentos –dice el profesor Rey- cuando el desarrollo comercial portuario coincidía con la construcción de un tramo del Ferrocarril del Estado, el auge sanantoniense se manifestaba con dimensiones sociales típica de aglomeraciones aluvionales que atraviesan un “boom” económico. Y San Antonio era una fiesta”.

Todos los historiadores coinciden que el auge de ese San Antonio próspero comenzó a decaer en la década del 30, primero por la gran crisis económica del país, por la llegada del ferrocarril y la habilitación del puente ferrocarretero entre Viedma y Patagones, entre otras.

Hoy son otros los desafíos: la actividad pesquera, el turismo en Las Grutas -uno de los mejores balnearios de la Patagonia-, la empresa de Soda Solvay y a pesar de la crisis (que siempre son recurrentes) el temple de sus habitantes que están orgullosos de su pertenencia y que tienen la certeza que San Antonio tiene potencias para que vuelva a ser al decir de Hemingway sobre París: “una fiesta”. Ni más ni menos.

Jorge Castañeda
Escritor –Valcheta

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