30/07/2018

¿Quién se acuerda de la siderurgia nacional?

Se eligió para conmemorar el Día Nacional de la Siderurgia la fecha en que falleció el general Manuel Savio, en 1948. El militar pasó a la historia como heredero de la tradición que durante los momentos previos a la Campaña de los Andes, había forjado el sacerdote Luis Beltrán, quien tuvo a su cargo la fabricación de los cañones que tiempo después, batirían a los realistas en Chacabuco y Maipú.

Savio fue continuador de otro general, Enrique Mosconi, quien en tiempos de Yrigoyen luchó para superar la economía agro-pastoril de exportación que desde 1880 se había instalado en la Argentina. Tanto uno como otro suponían que las industrias serían la base para un crecimiento con soberanía. Pero hoy, cuando entramos a cualquier ferretería, vemos que hasta las tijeras de podar están hechas en el exterior.

Tienen que saber las nuevas generaciones que no siempre fue así, que cuando mejor se vivió en la Argentina funcionaba una industria poderosa donde se desempeñaban millones de obreros que no necesitaban hacer malabarismos para llegar a fin de mes. Por entonces, ocupaba el sector fabril un lugar importante en la economía, a tal punto que como hombre de acción, Savio concibió el Plan Siderúrgico Nacional.

Debía ser la actividad fabril nacional el motor de crecimiento. “La industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos”, escribía. Por eso, la administración que en los 90 destruyó todo lo que pudo, desactivó en forma minuciosa el complejo que conformaban SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina), HIPASAM (Hierros Patagónicos, es decir, Sierra Grande) y Altos Hornos Zapla.

Es justo decir que durante la década hipotéticamente ganada, no se pensó en recuperar el protagonismo del Estado en la siderurgia. Savio también había impulsado la exploración minera estatal, pero la que piensa en términos nacionales, no como la actual, que devasta todo a su paso y solo queda contaminación. “Es un error el haber estructurado a priori nuestra economía, posponiendo arbitrariamente a los metales con respecto a los cereales”, decía.

Hay que tener en cuenta las repercusiones que provocaba entre los voceros de la rancia oligarquía. Por esos días, cierto matutino que todavía está “firme junto al campo”, editorializaba que “no tenemos hierro ni carbón de piedra, elementos indispensables de la gran industria”, entonces, “no nos debemos quejar de la heredad que nos ha tocado en suerte y no hemos de ser mineros mientras nos convenga y nos guste ser labradores y criadores de ganado”.

Con su práctica, el general Savio desmintió a los bucólicos “labradores” y “criadores de ganado”. Seis días antes del 17 de octubre de 1945 se produjo la primera colada de hierro fundido, hecha en base a materias primas nacionales. Poco después, entregó su Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987), que se sancionó en 1947, ya durante la primera presidencia de Perón. En ese momento se originó SOMISA. Como presidente de su directorio, renunció a sus honorarios.

La historia grande de Fabricaciones Militares también comenzó bajo su gestión. Cuando Estados Unidos lanzó bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, Savio reaccionó y proclamó: “tenemos que intensificar ya, rápidamente, la búsqueda de uranio en todo el territorio argentino. No se trata de fabricar la bomba, sino de pesar en el concierto mundial con la tenencia de uranio”. Así, los 30 geólogos de la Dirección General de Fabricaciones Militares se lanzaron a la exploración y dos décadas después, la Argentina estaba entre los pocos países que contaban con energía nuclear.

A Savio se lo recuerda poco y nada, porque con su trabajo, quiso ponerle fin al saqueo, al cual hoy asistimos nuevamente impávidos. En un discurso que pronuncio en la Unión Industrial Argentina (UIA) en junio de 1942, pareció describir la actualidad. “Puede decirse que hasta ahora hemos desechado sistemáticamente todos nuestros yacimientos de minerales. De tal manera, hemos visto tomar rumbo al extranjero a grandes cantidades de minerales en el mismo grado de concentración compatible con las tarifas de transporte. Hemos anotado en nuestras estadísticas un valor que acrecentaba los ingresos ponderados en oro, pero sin dejar el efecto saludable que hubiese podido proporcionar el trabajo de su industrialización. Como saldo del balance, sólo debemos consignar un egreso de riqueza, una disminución del potencial... Muy poco pues, es lo que ha quedado como beneficio fuera de miserables jornales de extracción”.

Esa descripción se corresponde en un todo con el modelo minero que rige en la actualidad. Su tarea ratifica, con las pertinentes adecuaciones a la época, que otro país es posible. No será auspicioso el destino de los argentinos si nos contentamos con proveer materias primas al mercado internacional. Cuando la industria siderúrgica era poderosa, nadie pensaba en ajustes.

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