EMOCIONES ENCONTRADAS

| 28/07/2018

Tumbe (Chile)

El solcito otoñal se había posado en el cielo, en la mitad de la mañana, entibiando el caserío que por entre el bosque se asoma y baja del cerro a espiar el mar color esmeralda, que se mete en la bahía. Hoy parece hacer honor a su nombre: Pacífico.

Tumbe (Chile)

Como lunares multicolores, los botecitos de todos los tamaños y algunas embarcaciones más grandes, descansan luego de haber salido de madrugada a llenar sus redes, mar adentro.

La ruta, que se acerca a la costa para luego partir a otro pueblo, pasa casi rozando el agua que besa la arena, en un acompasado vaivén, apenas murmura.

De espaldas al mar, unas precarias cabañas que ofician de puestos, muestran a pobladores y viajeros sus vientres repletos de frutos del mar recién obtenidos; entre ellas, cuelga al sol la ropa de los pescadores. Ellos, luego de amarrar sus botes y descargarlos, comentan su fajina y esperan a los demás, que aún faltan llegar.

Miriam salió de su puestito y se acercó a la costa, mirando hacia adentro del mar. Su pelo atado con una liga, cae sobre su espalda. Cruzó sobre el pecho el saco de lana y se abrazó a sí misma. El sol entibiaba, pero el otoño se hacía sentir.

Se había levantado temprano, pues en la posta sanitaria debía retirar unos análisis que se había realizado la semana pasada.  Hace apenas un año que se casó con Mario, él es hijo y nieto de pescadores. Aunque ella nació en un fundo tierra adentro, se adaptó enseguida a la vida marina. No lo vio esta mañana. Él, como todos los días, zarpó a la medianoche con otros pescadores y se fue, en el "Neptuno", su bote color amarillo con bordeados rojos.

Todos aquí en el pueblo se conocen. Los más grandes, con años de oficio, ayudan a los que recién empiezan; la solidaridad es moneda corriente, se ayudan unos a otros.

Miriam tiene los ojos clavados en el horizonte, allá donde el cielo se hunde en el agua, está ansiosa. Recién pasó Antonio, ya de vuelta, remando en el "Maximiliano". Ella le preguntó:

- ¿Oye, lo hai visto al Mario?

- Hoy cuando aclaraba se acercó y me pidió que lo ayude a coser una parte de la red que se le había "rajao", pero luego partió. De todos modos yo me vine antes, porque ya estaba por demás cargao mi bote. He "pescao" harto.

- ¡Qué bueno!

Antes de volver su mirada al horizonte, paseó sus ojos por los botes que ya habían anclado, estaban casi todos. No tiene miedo, el Mario conoce cada ola del mar y además, hoy está por demás calmo.

Allá, mar adentro, él está pegando la vuelta. Orienta el timón de su bote hacia la bahía y mira satisfecho la proa, llena de peces y mariscos que habrán de vender en el puesto de la feria. El sol le hacía entrecerrar los ojos y le entibiaba los huesos, que se le habían helado desde la madrugada. Se dejó llevar, miró el cielo azul y una mueca sonriente se le dibujó en los labios. Está feliz, es hombre de mar y no imagina otra vida que esta.

Sentado como estaba, estiró las piernas y levantó la cara para que el sol le dé de pleno y dio gracias a San Pedro, el patrono del pueblo y de los pescadores y se fue tras una de las gaviotas que acompañaban su vuelta.

Ya entrado en la bahía, la vio a Miriam que lo esperaba en la playa. Detrás de ella el hilito de humo del fuego donde, en un medio tambor, se calentaba el agua y al que arrimaría su cuerpo para entrar en calor, como cada mañana, después de descargar su bote.

Ya cerca de la orilla, apagó el motor y se acercó hasta la playa, remando, hasta que la quilla del bote encalle en la arena.

Unos turistas habían detenido sus autos; conversaban y sacaban fotos mientras el pueblito se dejaba llevar por la rutina del mediodía. Miriam se acercó a saludarlo y lo abrazó. A él, le pareció un poco más profundo y tierno que de costumbre y cuando iba a preguntarle si estaba todo bien, se acercó el "Quencho" a ofrecerle ayuda, para descargar el bote. Se conocían de chicos, vivían al lado y sus padres fueron pescadores. Siempre salían juntos, el que llegaba primero esperaba al otro para ayudarlo.

Llenaron una cantidad importante de cajones, con los frutos del mar. Mario estaba satisfecho, tenía la ropa húmeda y el labio inferior le tiritaba. Una vez terminada su faena, se arrimaría al fuego y tomaría un traguito de pisco con su amigo.

Se acercó hasta el agua para enjuagar sus manos y vio reflejada en la arena la figura de Miriam, detrás de él. Se incorporó y la vio venir a abrazarlo con los ojos llenos de lágrimas. Mario se asustó; se secó rápidamente sus manos en las ropas y la abrazó fuerte.

- ¿Qué pasó mi guacha, estai llorando? Le dijo con suavidad al oído.

Ella estiró su cabeza hacia atrás, retirándola de su hombro y entre sus lágrimas tenía una sonrisa.

- ¿Sabis que, Mario? para cuando sea primavera, ya no te estaré esperando sola, aquí en la playa...

Mario la miraba, sin entender mientras se rascaba la cabeza por encima del gorro de lana. Cuando quiso decir algo, ella con su manito pequeña, le tapó los labios:

- Vai a ser papá, Mario...

Él, tomándola por los dos brazos, la retiró y la miró de arriba abajo, le posó sus manos sobre el vientre y luego la trajo hacia sí nuevamente, abrazándola con fuerza. "Quencho", que se había quedado enrollando las redes junto al bote, los miró asombrado. "¡Oigan, que están leseando!..." dijo y se acercó.

- ¿Sabís que "Quencho"?, desde ahora vai a tener que llamarme compadre!... Voy a ser Papá...

Alzando a Miriam, soltó una carcajada y un grito que llenó el aire de la bahía. Ella le tomó la cara con sus dos manos, le dio un beso y le dijo: "Ia, pué, anda a terminar tu trabajo y dedícate a pescar harto, ¡que tenis otra boca que alimentar!" Y mirando a "Quencho", siguió: -¡Y usté, compadre, a ver si sienta cabeza, porque va a tener que dar el ejemplo a su ahijao!

Los flamantes compadres se abrazaron y se acercaron al bote. Miriam, sonriendo, sacudió la cabeza, avivó el fuego y se metió al puesto para empezar a limpiar los  peces.

El Mario se sintió dueño de todo lo que miraban sus ojos alrededor, el pecho le quedaba chico para tanta emoción. Miró el cielo, aspiró una bocanada de aire que le llenó los pulmones y resopló fuerte. Luego, clavó sus ojos en su bote, en la proa, donde tenía escrito el nombre. Mientras miraba, "Quencho", le tocó el brazo con la botella de pisco, ofreciéndole un trago.

- ¿Sabe que compadre? ¿Se enojará don "Neptuno" si al lado de él le pongo el nombre de mi huahua?... mirándolo de reojo con aire suficiente…

"Quencho", le dio un pechazo y bajándole el gorro hasta tapar los ojos, soltó una carcajada.

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