26/07/2018

Cuando para ser libres, no importó nada

Dos hechos trascendentes de la gesta sanmartiniana se produjeron con fecha 27 de julio. El primero tuvo lugar en 1819 y el segundo, unos años más tarde en Guayaquil. De la primera jornada data la arenga que pasó a la historia como la Orden General del 27 de julio de 1819. Hay que actualizar su espíritu, ahora que las Fuerzas Armadas se disponen a abandonar una vez más el legado sanmartiniano...

En 1819, el contexto era adverso. Buenos Aires había ordenado en repetidas oportunidades que el Ejército de los Andes retornara al este de la cordillera y se pusiera a sus órdenes, para que tomara parte en la lucha contra las fuerzas provinciales. Una y otra vez, San Martín desobedeció esas disposiciones que incluía su comparecencia personal en el puerto, a veces alegando cuestiones de salud.

Éstas eran reales porque el vencedor de Chacabuco y Maipú estaba realmente mal, pero su reticencia debe explicarse en clave política. Después de un esfuerzo económico considerable, el gobierno de Chile, en manos de Bernardo O’Higgins, había logrado conformar una escuadra naval con poderío para continuar con la faena revolucionaria en Perú. Con razón, San Martín entendía que si las tropas bajo su mando se enfrascaban en un conflicto de segundo orden, la meta de la independencia se alejaría.

Mientras se agudizaba la tensión entre Buenos Aires y el Litoral, llegaron noticias sobre el arribo de una poderosa expedición española, de aproximadamente 18 mil efectivos, aunque se desconocía dónde desembarcaría. Si aquel intento de la monarquía prosperara, “el sistema se lo lleva al diablo”, profetizó el correntino en una comunicación a su compañero chileno.

Fue en esa coyuntura que le puso su firma a la que quizá, fuera su arenga más vibrante.

Está datada en Mendoza y dirigida a los “compañeros del Ejército de los Andes”. Nótese el término… San Martín podría haber escrito “soldados” o “tropas bajo mi mando”, pero prefirió ponerse en un plano de igualdad. Les dijo: “ya no queda duda de que una fuerte expedición española viene a atacarnos; sin duda alguna los gallegos creen que estamos cansados de pelear, y que nuestros sables y bayonetas ya no cortan ni ensartan: vamos a desengañarlos”.

Acto seguido, proclamó: “la guerra se la tenemos de hacer del modo que podamos; si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con la bayetita que nos trabajen nuestras mujeres y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios: seamos libres y lo demás no importa nada. Yo y vuestros oficiales daremos el ejemplo en las privaciones y trabajos. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos”.

Y las líneas de despedida: “compañeros, juremos no dejar las armas de la mano, hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje”. La firma al pie todavía emociona: “San Martín”. Más o menos al mismo tiempo, Buenos Aires mandó a Balcarce para que lo reemplazara al frente de las tropas, pero la partida en la que viajaba fue atacada por montoneros santafesinos y así, pudo completarse la tarea libertadora.

La Orden General demoró en ingresar a las escuelas porque durante mucho tiempo, molestó a los émulos de Sarmiento el lenguaje soez que utilizara el Libertador, además de poner en un plano de igualdad a “nuestros paisanos los indios”. En cambio, el acontecimiento que tuvo lugar tres años después en la ciudad hoy ecuatoriana, se enseñó durante mucho tiempo como el “Misterio de Guayaquil”, otra de las pamplinas que legara Bartolomé Mitre como historiador.

Después de los encuentros que mantuvo con Bolívar, San Martín decidió retirarse de la escena política y militar. El primero tuvo lugar el 26 de julio de 1822, aunque hubo otro más prolongado al día siguiente. Como la primera de las reuniones no contó con testigos y el correntino se marchó abruptamente, se alimentaron las suspicacias que los partidarios de la desintegración sudamericana se encargaron de exacerbar.

Pero las cartas que se rescataron no mienten. En una de San Martín que recién se hizo pública en 1844, puede leerse en sus párrafos finales: “en fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado. (…) me embarcaré para Chile convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército de su mando. Para mí hubiese sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien América debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo y es preciso conformarse”. Fue coherente con su pensamiento de 1819: “seamos libres y lo demás no importa nada”.

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