21/07/2018

La economía no es un fenómeno meteorológico

Incluso algunos de los analistas que trabajan para los medios cercanos al gobierno compartieron su desencanto ante la ausencia de precisiones y la insistencia en vanos optimismos que primaron en la conferencia de prensa que brindó el presidente días atrás. Al persistir en pareceres que no tienen demasiado asidero en la realidad, otros observadores podemos trazar cierto paralelismo con un expresidente que tuvo que finalizar de manera anticipada su mandato…

Quizá se tejieran demasiadas expectativas sobre la comparecencia con los medios y, en la tarde del mismo miércoles, los periodistas se preguntaban: ¿para qué convocó si no tenía nada para decir? La reiteración de frases que ya comienzan a ser fantasiosas empezó a cansar incluso a quienes, antes de la corrida cambiaria, todavía depositaban cuotas de esperanza en la gestión de Cambiemos.

Por si quedaban dudas, el presidente cuestionó a las retenciones a las exportaciones como instrumento de la política económica. Ese mismo día, la Sociedad Rural Argentina (SRA) inauguraba su tradicional exposición anual, anuncio que fue interpretado como una clara muestra de apoyo al complejo de la soja, cuando incluso en el seno del gobierno se llegó a hablar de ralentizar el ritmo de la disminución.

Es insólito que un gobierno que se asigna librar una batalla contra el déficit fiscal como primera asignatura resigne instrumentos de recaudación. “No creo que sea un impuesto inteligente, nos destruye el futuro”, dijo Macri, con el estilo discursivo que le dio resultado para acceder a la presidencia pero que ya se tornó irritante. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) había propuesto “la suspensión, en 2019, del cronograma de baja de las retenciones”.

El propio ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, en junio último, había intentado frenar el recorte mensual de las retenciones a las exportaciones de soja, pero su intención chocó con la fuerte negativa de las entidades agrarias más poderosas. De paso, digamos que, siempre que la moneda argentina se devalúa, en primera instancia, resultan beneficiados los sectores exportadores. Entre ellos, el mal llamado campo…

El presidente insistió en recurrir al vocabulario meteorológico para explicar la situación que afronta su gestión: “estamos enfrentando una tormenta y hemos sabido levantar las velas para mantener el rumbo”. Valerse de esa terminología, que incluye vocablos como volatilidad, viento de cola o incertidumbre, entre otros, tiende a confundir a la gente: en el ámbito de la economía, las cosas no suceden por caprichos de la naturaleza.

Los acontecimientos económicos suceden como consecuencia de decisiones que toman hombres o mujeres con nombre y apellido, no sólo desde las esferas oficiales sino también en las suntuarias oficinas de las grandes corporaciones. Hablar de tormentas o de volatilidad tiende a eximir a aquellos que adoptaron esas determinaciones de su responsabilidad ante sus consecuencias sobre millones de otros hombres y mujeres.

No fue un economista de izquierda quien sentenció: “la corrida cambiaria no la gatilló un evento internacional”. Sin embargo, Macri insistió en adjudicar la crisis económica a cuestiones que sucedieron fronteras afuera. Y aún concediendo que el déficit fiscal fuera producto de la herencia, el comercial alcanzó niveles asombrosos en los últimos dos años y medio. De hecho, aquí lo advertimos en más de una oportunidad.

Si algo aguardaba el ciudadano de a pie, ante la llegada de Cambiemos y sus economistas ortodoxos al poder político, era que bajara la inflación. Pero con sus renovadas promesas, el mandatario, que el viernes estuvo en Bariloche, admitió que arrió una de sus principales banderas. Prometió que en 2019, la más odiosa de las tasas bajará en “más de 10 puntos”, quiere decir que se ubicará nuevamente en el orden del 20 por ciento. También aseguró que habrá que esperar a 2020 para se ubique en un dígito.

En los primeros seis meses de 2018, la inflación totalizó 16 por ciento. La de junio (3,7 por ciento) fue la más alta en dos años. El 30 por ciento para todo el año ya se calcula como piso, cuando las estimaciones de fines de 2017 hablaban de 15 por ciento. ¿Qué hará el gobierno para recuperar credibilidad? Ante las persistentes preguntas de la prensa, el mandatario se limitó a decir: “estamos abocados a poner un límite a la inflación”.

Está claro que el elenco gubernamental vive de promesas. El INDEC no recuperó normalidad hasta mediados de 2016; por eso, hay que recurrir a estimaciones para la inflación de ese año: 40 por ciento. En 2017, sus datos oficiales apuntaron 24,8 por ciento. La renovada invocación al dígito para 2020 suena a absoluto divorcio de la realidad. Es comprensible la angustia que tiende a generalizarse: cuando en la Casa Rosada leen sus propios diarios, es el conjunto del pueblo el que padece.

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