15/07/2018

¿Relación entre el cáncer de cerebro y el celular?

Un informe que publicó, a fines de marzo, la revista estadounidense “The Nation” desató un intenso debate sobre la relación que existe entre el crecimiento del cáncer de cerebro y la utilización intensiva de teléfonos celulares.

Firmaron la investigación Mark Hertsgaard y Mark Dowie, quienes, entre otros pareceres, señalan que, a raíz del gran poder económico y político con que cuenta la industria, el sector público tiende a minimizar sus riesgos. En especial, sobre la salud de niños, niñas y adolescentes.

En su idioma original, la investigación se tituló “How big wireless made us think that cell phones are safe: a special investigation”. La trama hace recordar al papel que asumió la industria tabacalera cuando, en primera instancia, negó y después quiso relativizar el impacto negativo que fumar tiene sobre la salud de la gente, entre otros, el cáncer de pulmón. Con su reacción, las grandes del tabaco lograron retrasar durante décadas que se reconociera esa consecuencia y, con esa táctica, consiguieron que se demorara la reacción de las áreas de Salud Pública.

Otro tanto pasó y todavía sucede con la combustión a partir de carbón, petróleo y gas. Las grandes compañías que se benefician con su comercialización negaron durante un par de décadas que el crecimiento de las emisiones de gases “efecto invernadero” tuviera que ver con su consumo. Sin embargo, de a poco la evidencia científica se tornó incontrastable aunque aún algunos trasnochados niegan la incidencia de esa actividad en el calentamiento global.

Según los autores del informe, en el caso de los celulares, estamos frente a mecanismos similares. Su funcionamiento se autorizó en el mercado estadounidense en 1983 y, 10 años más tarde, seis ciudadanos de ese país contaban con un móvil por cada 100 habitantes. Ese mismo año, David Reynard llevó a juicios a la NEC American Company. Alegó que la utilización de un celular había causado cáncer en su esposa. El episodio trascendió con suficiencia y repercutió en el valor bursátil de las compañías.

Dos años después, la industria creó el Wireless Technology Research Project (WTR) al que financió con 28 millones de dólares para investigar la seguridad en la utilización de los celulares. Su creación generó reservas en la comunidad científica porque se sabe, cuando los institutos de investigación cuentan con financiamiento de las compañías que se benefician del producto en cuestión, la credibilidad se deja teñir de sospechas.

Con la experiencia a cuestas del tabaco y las energías convencionales, el sector no niega la evidencia científica que se produce, pero considera que no es concluyente. Entonces, ante cada estudio que establece relaciones entre alteraciones biológicas como el cáncer y el uso de los móviles, las compañías echan a correr otras investigaciones que no arriban a la misma conclusión. La gente tiende a suponer entonces que aún no se puede llegar a una definición. Según el artículo que publicó “The Nation”, un investigador que analizó 326 estudios que se realizaron entre 1990 y 2005 observó que el 56 por ciento señalaba que había consecuencias biológicas a raíz de la radiación que producen los celulares, mientras el 44 por ciento restante se había inclinado por la negativa. Pero cuando volvió a clasificar las investigaciones según estuvieran o no financiados por la industria directamente interesada, encontró que el 67 por ciento de los independientes hallaron consecuencias biológicas. En tanto, sólo el 28 por ciento de los financiados por las compañías arribaron a la misma conclusión.

Los autores del estudio resaltaron que las compañías aseguradoras se negaron a contratar pólizas con las empresas de producción y distribución de móviles en cuanto a daños biológicos, es decir, cáncer u otros cambios genéticos, a raíz de la utilización de tales aparatos que, en la actualidad, parecen obligatorios socialmente.

En rigor, los autores no afirman que existan pruebas definitivas que condenen a los celulares. Sobre todo, su investigación se dirigió a destacar cómo la industria de la telefonía celular se opuso y opone a que se informe a la población. La faceta central del asunto es tener en cuenta que existen riesgos frente a los cuales los usuarios pueden defenderse. En sitios como en Francia o en Gran Bretaña, ya se tomaron recaudos para proteger a los grupos más vulnerables, como la infancia y la adolescencia.

En Estados Unidos, la Academia Americana de Pediatría recomendó prevenir el efecto nocivo en niños y mujeres embarazadas, pero aún no logró su cometido. En ese país, 95 de cada 100 adultos poseen un móvil. En 2016, el sector facturó 440.000 millones de dólares a escala global y, en 2011, la Organización Mundial de la Salud había clasificado al teléfono celular como “posible” carcinógeno. Como se decía en Mayo de 1810, “el pueblo quiere saber”. Debe hacerlo.

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