21/06/2018

No solo a caballo se hizo la patria

Por cuestiones que tienen que ver con una idiosincrasia difícil de explicar, el aspecto naval de la Revolución de Mayo y de la posterior lucha por la independencia se valora en general de manera muy secundaria. Decimos “difícil de explicar” porque a pesar de los miles y miles de kilómetros de litoral marítimo con que cuenta la Argentina, si de algo carecemos los argentinos y argentinas es de conciencia y tradición marinera.

También conspira contra el recuerdo del marino más insigne de aquellos tiempos la historia oficial porque al momento de las guerras civiles, Guillermo Brown militó del lado de Juan Manuel de Rosas y esa participación alcanzó para que Mitre y sus seguidores, condenaran al irlandés a un tercer plano poco justiciero. Había nacido el 22 de junio de 1777 en un pequeño pueblo y nada hacía prever que se convertiría en héroe naval de una patria distante.

Su existencia no careció de peripecias antes de arribar al Río de la Plata. Su familia se mudó a Estados Unidos y para su desgracia, apenas arrancaba la adolescencia cuando se quedó sin padre. Con el ánimo de paliar la situación económica, se empleó como grumete en un barco estadounidense. Pasó una década sobre el Atlántico y en ese lapso forjó sus cualidades de marino, con las que luego descollaría tanto en aguas marrones como en azuladas.

Hacia 1796 ya era capitán y después de algunas desventuras, arribó a Montevideo en 1809 con la intención de dedicarse al comercio. En abril del año siguiente, cruzó a Buenos Aires con una fragata en misión comercial y presenció los primeros pasos de la Junta de Gobierno. Su conciencia determinó que debía abrazar la causa republicana, aunque apenas conocía estas latitudes.

Con la Banda Oriental en mano de los realistas, Brown comenzó a guerrear: capturó buques enemigos, intentó abordajes y transportó armas y víveres para los patriotas. En Buenos Aires tomaron nota de su sapiencia marinera y en marzo de 1814, asumió al frente de la escuadra de las Provincias Unidas. Al mando de sus buques, el irlandés que peleaba con los revolucionarios recibió su bautismo de fuego al intentar la rendición realista en la isla de Martín García.

Por entonces, Montevideo resistía airosa el sitio de orientales y porteños, después de cuatro años de intentos frustrados. El marino demostró entonces que también entendía de estrategia y después de varias conversaciones, convenció al Directorio. Entonces, partió la flota de la Revolución desde la rada de Buenos Aires, con los vítores del pueblo a popa. No se equivocó el irlandés, ya que después de librar combate ante las embarcaciones enemigas, Montevideo capituló el 23 de junio.

Nada menos que San Martín le puso palabras a la hazaña: “lo más importante hecho por la revolución americana hasta el momento”. Después, se embarcó hacia el Pacífico con la fragata “Hércules” y antecedió a la flota libertadora, al navegar aguas de Chile, Perú, Ecuador y Colombia, siempre bajo la insignia de la libertad. Cuando regresó a Buenos Aires, se abstuvo de inmiscuirse en las disensiones internas y volvió a dedicarse al comercio porque después de todo, para eso había viajado a Sudamérica.

Su retiro no duró mucho. El 10 de diciembre de 1825, el Imperio del Brasil le declaró la guerra a las Provincias Unidas. Apenas once días después, una escuadra brasileña impuso el bloqueo sobre el puerto de Buenos Aires. ¿A quién iba a recurrir el gobierno argentino? Pues a Guillermo Brown, quien se encontró con una gran dificultad: solo podía oponerle a la inmensa flota brasileña dos bergantines y una vieja lancha.

La historia recuerda un episodio que lo pinta de cuerpo entero. El 10 de junio de 1826, una fuerza enemiga apareció ante las costas. Con una determinación que costará encontrar en la historia reciente de la Argentina, sencillamente le dijo a su tripulación: “Marinos y soldados de la República: ¿veis esa gran montaña flotante? ¡Son los 31 buques enemigos! Pero no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues no duda de vuestro valor y espera que imitaréis a la 25 de Mayo que será echada a pique antes que rendida. Camaradas: confianza en la victoria, disciplina y ¡tres vivas a la Patria!” La “25 de Mayo” era su nave insignia.

Momentos después, el almirante Brown profirió aquella consigna que aún emociona: “Fuego rasante, que el pueblo nos contempla”. Cuando el humo se disipó, ese pueblo que se había apiñado en las orillas, pudo advertir que la flota brasileña navegaba hacia el mar. El Combate de Los Pozos finalizaba con la victoria de los republicanos... Dicen que la patria se hizo a caballo y es verdad ¡Pero a vela también!

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