13/06/2018

Escribir y actuar

Con la elección del 13 de junio como Día del Escritor, se homenajea a Leopoldo Lugones, figura de trascendencia en las letras que, sin embargo, borronea su importancia ante una errática trayectoria política. Nació ese día de 1874, en Córdoba y es considerado uno de los máximos valores de la literatura argentina. Además de escritor fue hombre de acción, ya que fundó la Sociedad Argentina de Escritores y dirigió la Biblioteca Nacional de Maestros, que lleva su nombre.

Sus padres lo enviaron a Córdoba para que cursara estudios superiores. Ante una situación de crisis económica, el joven Leopoldo debió trabajar y en consecuencia, no tuvo más remedio que convertirse en un autodidacta. En ese período comenzó a incursionar en diversos aspectos de la vida pública y compartió con un auditorio su primera poesía. Más o menos al mismo tiempo, dirigió un periódico de ideario liberal y anticlerical, que se llamó “El pensamiento libre”.

De a poco, el novel escritor fue ganando popularidad en la capital de la provincia mediterránea. Todavía gozaba de muy buena salud el arte popular de la payada y dicen que Lugones era capaz de liarse en contrapuntos con los payadores de los barrios cordobeses. También comenzó a publicar versos polémicos bajo el seudónimo Gil Paz. También fue promotor de huelgas estudiantiles y participó de la fundación de un centro socialista.

En 1896, su existencia sufrió un vuelco, ya que se instaló en Buenos Aires y además, se casó. En la capital se unió al grupo de escritores socialistas que integraban José Ingenieros, Roberto Payró y Ernesto de la Cárcova, entre otros. No tuvo mayores inconvenientes al escribir en el periódico socialista “La Vanguardia”, mientras al mismo tiempo publicaba artículos en “Tribuna”, un medio de orientación roquista. Cuando contaba con 22 años, se hizo columnista de “La Nación”, gracias a las gestiones de un amigo suyo: Rubén Darío. En 1897, se publicó su primer libro: “Las montañas de oro”.

A partir de 1900, la opinión pública porteña asistió al desarrollo de Lugones como escritor y a sus curiosos virajes políticos. En 1905 apareció “Crepúsculos del jardín”, una de sus obras más valoradas. Allí se acerca al modernismo hispanista y a las nuevas corrientes literarias francesas, entre ellas, el simbolismo y el decadentismo. Esta tendencia alcanza su máxima expresión en “Lunario sentimental”, de 1909.

En “Las fuerzas extrañas”, de 1906, Lugones plasmará sus habilidades para escribir cuentos de misterio. Ese trabajo, junto con los “Cuentos fatales”, que vieron la luz dos décadas después, renovó el género de la forma breve e inició una fecunda tradición en la que más tarde se inscribirían Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar.

Debemos al escritor cordobés la veneración que las letras nacionales profesan por José Hernández. En “El payador” (1916), reunió una serie de conferencias sobre “Martín Fierro”, que implicó un auténtica rescate de la obra, hasta ese momento prácticamente soslayada por los círculos literarios. Pero para Lugones, se trataba del “cuento homérico de la cultura argentina”. Ese enfoque instaló en la crítica una fructífera polémica que se prolongó por décadas y cuyo resultado fue la aceptación del poema como la obra emblemática de la identidad literaria argentina.

Por entonces, se vivían en Europa acontecimientos que determinarían el futuro de la humanidad. Se dieron casi al unísono la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Poco después, se asistía al surgimiento del fascismo italiano. En la Argentina, se avecinaba una importante crisis económica y la inestabilidad política haría eclosión en 1930 con la interrupción de la democracia.

Lugones siguió con atención los acontecimientos que se desarrollaban ante sus ojos y en más de una ocasión, se involucró para ser protagonista. Gradualmente, su pensamiento socialista se batió en retirada, para dar lugar a una variante del nacionalismo que se alejaba de la derecha católica pero que cuestionaba severamente al liberalismo. Ideológicamente, no fue “políticamente correcto” visto desde la actualidad, porque apoyó la irrupción militar en la vida política argentina.

Pero quedémonos con el escritor. En esa etapa aumentó con ritmo vertiginoso su cuantiosa producción intelectual. Se destacan de aquellos tiempos “Poemas solariegos” (1928), uno de sus títulos más elogiados. En otro rubro, aportó los ensayos “La patria fuerte” (1930) y “La grande Argentina” (1930), indispensables para comprender la época y su generación. Presa de vaya a saberse qué tormentos espirituales, se quitó la vida el 19 de febrero de 1938 en una isla del Tigre. Las informaciones sorprendieron tanto a la opinión pública como a quienes se vinculaban con él cotidianamente. En su homenaje, se estableció la fecha de su nacimiento como Día del Escritor, ocasión para saludar a decenas de vecinos y vecinas barilochenses que cultivan las letras.

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