09/06/2018

De los problemas surgen soluciones

En general, ya nadie discute que estamos frente a una explosión demográfica y según los cálculos que más circulan, en 2025 habrá sobre el planeta 8.000 millones de humanos. ¡En menos de una década! Ese tenaz crecimiento implica que habrá más demanda de alimentos, energía y minerales. En consecuencia, habrá un déficit de aproximadamente el 50 por ciento de los recursos que el planeta puede generar en el transcurso de un año.

El panorama no es muy alentador pero parecería más razonable presentarlo en términos de reto. Un desafío tripartito que pasa por la sustentabilidad en recursos naturales, en cohesión social y en consumo. Para que se entienda más fácilmente, podemos pensar a la Tierra como si fuera un inventario. Mientras éste tienda a reducirse -hace rato que lo hace- urgirá encarrilar acciones que permitan anticiparse a la escasez.

Hay quienes todavía no se dieron por enterados, pero de sustentabilidad comenzó a hablarse 30 años atrás. En sus comienzos, el concepto refería a la permanencia en el tiempo de determinadas prácticas y a las demandas ecologistas más usuales. Por entonces, las empresas hicieron caso omiso a las advertencias y pasó bastante tiempo hasta que se empezó a hablar de responsabilidad social, pero por un andarivel distinto.

Los caminos comenzaron a cruzarse unos 10 años atrás en Estados Unidos, cuando se empezó a pensar en la sustentabilidad desde un lugar integrador para la actividad económica. En la actualidad, se entiende a la noción como un ámbito donde se integran las así llamadas “tres P”: Profit, Planet y People (Beneficio, Planeta y Gente), es decir, los aspectos económicos, ambientales y sociales.

Más vale que la idea se generalice porque, en el marco de la explosión demográfica general, se calcula que la población de clase media crecerá de manera estrepitosa en los próximos 15 años, sobre todo en Asia, donde varios países de la región crecen a tasas que oscilan entre el 7 y el 9 por ciento. La tendencia implica cambios en el consumo global y, al mismo tiempo, la profundización de los desafíos a los que hacíamos referencia.

Hay metodologías que ya se pusieron en juego y que, al menos, requieren de análisis para ver si se pueden replicar, con las características e idiosincrasia de cada lugar. En Suecia, por ejemplo, la cultura del reciclaje alcanzó un grado de fortaleza importante: a tal punto se convirtió en una salida económica relevante que el nórdico se transformó en el primer país europeo importador de basura.

En Suecia, se destina la basura a, básicamente, generar energía. Al producir su combustión a más de mil grados centígrados, se calienta agua que viaja en tuberías y brinda calefacción al 25 por ciento de los hogares. Por otro lado, se obtiene electricidad a partir del gas metano que desprenden los residuos. Para Suecia, el negocio es redondo, porque Noruega abona considerables facturas para que su vecina se lleve los residuos y los recicle. El problema se transformó en varias soluciones. Merece análisis exhaustivo.

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