24/04/2018

Memoria armenia por la tolerancia y el respeto

En la víspera se debió conmemorar el Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos.

Dispone la conmemoración una ley que se aprobó en 2007 y que pone de relieve la trascendencia del genocidio que sufrió el pueblo armenio hace un siglo. La intención consiste en demandar que a partir de aquella dolorosa experiencia, ningún pueblo del mundo sea nuevamente víctima de la barbarie.

Pocas veces el país se pone a la cabeza de alguna temática en el marco del concierto internacional pero frente a este caso, su conducta marca una suerte de excepción, ya que entre los 22 países que reconocieron oficialmente la perpetración del genocidio armenio, figura la Argentina. Esa fue la metodología que encontraron los activistas de la diáspora armenia para superar la sistemática negación en la que incurren los sucesivos gobiernos turcos.

En consecuencia, la República Argentina aprobó mediante una ley el reconocimiento del genocidio armenio como hecho histórico. Los restantes fueron Bélgica, Canadá, Chile, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Líbano, Lituania, Holanda, Polonia, Rusia, Eslovaquia, Suecia, Suiza, Uruguay, El Vaticano y Venezuela. La lista tiende a crecer pero muy lentamente. Nótese la ausencia de Estados Unidos y Gran Bretaña, además de otros países de importancia.

Al proceso que hoy se conmemora para exhortar a la tolerancia y el respeto, también se lo conoce como “holocausto armenio”, “gran calamidad” o “masacre armenia”. En síntesis, se caracterizó por la deportación forzosa y masacre de un número indeterminado de civiles armenios, que se calculó aproximadamente en más de un millón y medio de personas. Tuvo lugar durante el gobierno de los Jóvenes Turcos, en el entonces Imperio Otomano, desde 1915 hasta 1917.

Los testimonios de los sobrevivientes y los hechos que fueron reconstruyendo los investigadores, permiten concluir que como todo genocidio, se caracterizó por su brutalidad. El ingrediente particular tuvo que ver con la utilización de marchas forzadas para practicar deportaciones en condiciones extremas, interminables trayectos que llevaron a la muerte a muchos de los deportados. Si bien el armenio fue el que recibió mayor saña, otros grupos étnicos también resultaron atacados durante el mismo período, entre ellos los asirios y los griegos.

Se toma como su punto de partida el 24 de abril de 1915 porque ese día, las autoridades otomanas detuvieron a unos 250 intelectuales, líderes de la comunidad de armenios en Estambul. Posteriormente, dispusieron la expulsión de los armenios de sus hogares y gracias a las armas, les obligaron a marchar cientos de kilómetros por el actual desierto sirio. Hombres, mujeres, niños y ancianos acometieron esas travesías sin alimentos ni agua.

Las masacres no respetaron edad ni sexo. Las violaciones y otras modalidades de abuso fueron moneda corriente.

Reconocer o no el genocidio armenio es un asunto espinoso de la política exterior. Como se recordará, cuando la Argentina hizo público su reconocimiento, las autoridades turcas hicieron llegar su más enérgica condena. Turquía es pieza clave en el andamiaje estadounidense en esa zona del planeta y de ahí que a la Casa Blanca, ni se le ocurra mencionar el tema, aunque la mayoría de los gobiernos estaduales ya hizo suyo el reconocimiento.

La República de Turquía, sucesora jurídica del Imperio Otomano, no niega que las masacres de civiles armenios tuvieran lugar, pero se opone a considerar que se tratara de un genocidio. Argumenta que esas muertes no fueron el resultado de un plan de exterminio masivo que dispuso el Estado, sino que se debieron a luchas interétnicas, enfermedades y el hambre durante el confuso período de la Primera Guerra Mundial. Esa tesis es minoritaria entre los investigadores que abordaron el tema.

El razonamiento que esgrime el Estado turco sostiene que el Imperio Otomano no hizo más que luchar contra una sublevación que tenía lugar en su territorio soberano, a la que protagonizaban milicianos armenios con el respaldo ruso. Se niega también a comparar ese proceso con el Holocausto del pueblo judío, ya que según los turcos, a diferencia de los armenios, la población judía de Alemania y Europa no hizo campañas separatistas ni se rebeló en alianza con potencias extranjeras.

Argumentos que flaquean a la hora de intentar una justificación sobre la matanza de tres millones de personas. Obviamente, para Ankara esa cifra tampoco es verosímil. Pero hay un rasgo de la actualidad que llama la atención: a la sola mención del genocidio armenio en cualquier parte del mundo, le suele corresponder una queja formal de los embajadores turcos. Hablar del holocausto armenio en la propia Turquía puede implicar un procesamiento judicial y condenas a prisión. Fue el caso del escritor turco y ganador del Premio Nóbel de literatura, Orhan Pamuk. Reacciones tan extremas no hacen más que confirmar las peores sospechas.

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