22/04/2018

La falacia del “comer de todo”

Cualquiera que acostumbre a hacer las compras en un supermercado o siga las recomendaciones gastronómicas de la televisión, habrá advertido que, según cierto discurso, hemos “superado” las restricciones que desde siempre impusieron las cuatro estaciones del año a la hora de alimentarnos.

En efecto, hace dos décadas ya que podemos comer “de todo” a lo largo de los 365 días del año.

En la actualidad, sobre todo los sectores que más se benefician del poco equitativo reparto de la torta, pueden proveerse de productos alimentarios que vengan de Brasil o de Asia, más allá de las restricciones a las importaciones que rigen aquí en los últimos dos o tres años. Las góndolas de los supermercados y las “boutiques” de los centros comerciales e inclusive algunas dietéticas más o menos elegantes, ofrecen artículos cuya existencia ni siquiera conocíamos dos décadas atrás.

No se trata de un fenómeno exclusivamente argentino, claro. Es la globalización llevada al rubro alimenticio. Se advierte con claridad, aunque quizás en menor medida en la franja de consumo masivo. La gravedad del asunto radica en que mientras supuestamente se cuenta con la posibilidad de acceder a más y mejores productos, una proporción importante de los argentinos está por debajo de la línea de la pobreza, más allá de los maquillajes del INDEC.

Es decir, las aparentes libertades con que ahora contamos -una lata de atún tailandés, un alfajor elaborado por una trasnacional, un exótico condimento llegado de India- responden más bien a decisiones tomadas por inmensos monopolios que en rigor, están muy lejos de nuestras opciones cotidianas. Si vemos un poco más allá del bombardeo publicitario y las góndolas atestadas, advertiremos que sufrimos una dependencia alimentaria inédita.

Desde la perspectiva histórica, las sociedades humanas a través de sus diversas etnias, fueron autosuficientes y sustentables, porque sencillamente su vida dependía de mantener esos rasgos. No se sabe de la existencia de comunidades suicidas. Esta sustentabilidad o soberanía alimentaria se rompió cuando a través del colonialismo, las potencias occidentales comenzaron a depredar ecosistemas que hasta el momento, otras sociedades habían utilizado con respeto.

Entonces, llegaron las hambrunas, que ya no dependían exclusivamente del clima o las catástrofes naturales. Así empezó la insuficiencia, la dependencia alimentaria y su contra cara, la importación de alimentos básicos, fenómeno que no solo llegó a nuestros días: se multiplica intencionadamente a través de diversas modalidades. La pregunta se formula sola una vez más. Por ejemplo, ¿por qué hay hambre en un país como la Argentina?

Traigamos a colación otros ejemplos. En el pasado, Colombia supo autoabastecerse de trigo. En la actualidad, el país es importador y sobre todo, de trigo estadounidense, cuya presencia original fue ínfima hasta que creció en forma irreversible. En 1966 Colombia producía 160 mil toneladas e importaba 120 mil. En 1990 solo cosechaba 20 mil pero se importaban 1.200.000 toneladas. En 2004 la importación superó las 1.800.000 toneladas. ¿Qué pasó?

El investigador Hernán Pérez Zapata explica que “el gobierno colombiano, a través de un convenio impuesto por Estados Unidos aceleró las importaciones. Se congelaron los precios de sustentación del IDEMA (suerte de Junta Nacional de Granos) a los productores durante 10 años. Los costos de producción se incrementaron. El trigo importado era fiado, para ser pagado a largo plazo y con una tasa de interés del 2 por ciento”.

El previsible efecto fue la ruina de los productores. Con el maíz colombiano sucedió más o menos lo mismo. Pero corrámonos un poco más al Norte. En 1985 Haití producía 154 mil toneladas de granos e importaba 7 mil. En 1995, cosechaba 100 mil e importaba 200 mil toneladas anuales. En 2004, la producción propia apenas si llegó a 76 mil toneladas. Con el país sacudido por un golpe de Estado y bajo ocupación estadounidense, la importación rondó las 400 mil toneladas.

El cuadro que pintan las cifras colombianas y haitianas se repite en todo el Caribe, pero en rigor, la misma situación se extiende por todo el orbe. Sobre todo, en países donde Estados Unidos logró imponer su política en coincidencia con alguna sequía o catástrofe. Corea del Sur, por ejemplo, se convirtió en un sitio importante para el trigo estadounidense puesto al servicio de gigantescas cadenas de pan industrial. Como consecuencia, retrocedieron los cultivos de arroz.

Dice Luis Hernández Navarro en “La guerra de los alimentos”: “La producción de alimentos es un arma clave y poderosa que Estados Unidos ha aceitado desde hace décadas. Guerra, alimentos y derechos de propiedad intelectual están estrechamente vinculados a la estrategia económica de la Casa Blanca (...) Desarrollo de la industria militar, producción masiva de granos y patentes han sido pilares de la hegemonía estadounidense en la economía mundial”.

El circuito es muy simple: alimentos básicos del centro a la periferia, alimentos exóticos de la periferia al centro. La dieta sobre la que descansa la supervivencia de la mayor parte de la humanidad es cuidadosamente planificada para que sea provista cada vez por menos empresas, es decir, por grupos cada vez más concentrados. A nosotros nos tocó en suerte abastecer el Primer Mundo de soja genéticamente modificada.

La maniobra se completa con otra jugada más. Según el mexicano Enrique Ortiz Flores: “La estrategia fundamental es sacar a los pobres de la economía de subsistencia en la que son sujetos activos para convertirlos en sujetos pasivos de la economía de mercado. Eliminarlos como productores para pasarlos a clientes consumidores y empleados o dependientes en el mejor de los casos, de las empresas trasnacionales”. Por eso hay tantos agricultores menos en los campos argentinos.

La consecuencia lógica es el crecimiento de los cinturones empobrecidos en la periferia de las grandes ciudades con su correlato de degradación, violencia y otras pesadillas, como el crecimiento del narcotráfico y otros flagelos de la época. Por eso, pensar en términos de soberanía alimentaria permite atacar sobre varios frentes de la decadencia. Volver al campo es bastante más importante de lo que se piensa en los círculos dirigenciales.

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