22/04/2018

Madre Tierra: que no sea tarde para alcanzar el equilibrio

Madre Tierra es una expresión común que se utiliza para referirse al planeta o, más bien, a su naturaleza en diversos países y regiones.

El concepto evidencia la interdependencia que existe entre los seres humanos, las demás especies vivas y el mundo que todos y todas habitamos, porque la Tierra y sus ecosistemas funcionan como un hogar colectivo. Esa sabiduría es milenaria y puede encontrarse en muchísimas culturas originarias.

Lamentablemente, Occidente invirtió mucho tiempo para comprender que es menester alcanzar un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes, y también de las futuras. De ahí que sea necesario promover armonía en la naturaleza y el planeta. En términos internacionales, hoy se conmemora el Día Internacional de la Madre Tierra para recordar que el planeta y sus ecosistemas dan vida y sustento.

Cada 22 de abril, la “comunidad internacional” asume la responsabilidad colectiva de fomentar la armonía con la naturaleza y la Madre Tierra, según se encargó de resaltar la Declaración de Río de 1992. Desde entonces, la jornada brinda la oportunidad de generar conciencia en todos los habitantes del planeta sobre los problemas que afectan a la Tierra y a las diferentes formas de vida que aquí se desarrollan.

En el marco de la edición 2018, se llevará a cabo mañana, en la sede de la ONU en Nueva York, el octavo “Diálogo sobre armonía con la naturaleza”, una metodología interactiva que abordará temas como la producción sostenible y los patrones de consumo en relación con la necesidad de armonizar con el conjunto de los ecosistemas. El diálogo quiere fomentar que los ciudadanos y las sociedades adquieran conciencia sobre cómo se relacionan y cómo pueden relacionarse con el mundo natural.

Al mismo tiempo, el intercambio pretende mejorar los cimientos éticos de la relación que vincula a la humanidad con la Tierra en términos de desarrollo sostenible. Si bien varios de los conceptos que traemos a colación se generalizaron recientemente, la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano se celebró en 1972 y sentó las bases para que se tomara conciencia sobre la relación de interdependencia que existe entre los seres humanos, otros seres vivos y el planeta.

De aquellos albores, data también el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la agencia de la ONU que se encarga de establecer la agenda ambiental a nivel global y de promover la implementación coherente de la dimensión ambiental del desarrollo sostenible en el sistema de las Naciones Unidas. También actúa como una suerte de defensor autorizado del medio ambiente.

Entre otras herramientas al alcance, la organización internacional considera que la educación aporta “los cimientos” para el progreso, pero hace falta que la ciudadanía global “conozca los conceptos sobre el cambio climático y sea consciente de la amenaza sin precedentes para el planeta”. Ocurre que “el conocimiento nos empoderará a todos y nos llevará a tomar medidas para defender el medio ambiente”, según su convicción.

Sin embargo, en ese “todos” deberían sobresalir los gobernantes de las economías más poderosas del planeta y los directorios de las grandes trasnacionales, principales responsables del calentamiento global. Si bien existen responsabilidades individuales a la hora de enfrentar la catástrofe a la que nos condujeron, está claro que éstas son diferenciales: es más grave el aporte que hace Estados Unidos al calentamiento global que Gambia, es más significativa la contribución contaminante de una petrolera o de una automotriz que la del almacén de la esquina…

La ONU espera que la alfabetización medioambiental y climática genere votantes con conciencia hacia las cuestiones ecológicas y que promueva legislación pertinente. También aguarda que se acelere el desarrollo de tecnologías y empleos que sean respetuosos hacia el medio ambiente porque el cambio climático es “uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo”. Está a la vista que las pautas meteorológicas están en un proceso de cambio que amenaza la producción de alimentos, genera incrementos en el nivel del mar y profundiza el riesgo de las catástrofes.

A esta altura de los acontecimientos, resulta claro que los efectos del cambio climático se producen a escala mundial y con una intensidad que no tiene precedentes. Cuanto más se demora la adopción de medidas drásticas, más difícil y costosa será la adaptación futura. Si bien los gases de efecto invernadero (GEI) son de origen natural, un siglo y medio de industrialización incrementó de manera apabullante su presencia en la atmósfera, al igual que la tala de árboles y la utilización de ciertos métodos de cultivo. Afirmar que no queda tiempo puede parecer un lugar común ante la evolución de los acontecimientos, pero efectivamente es así. Basta con observar a la Madre Tierra.

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