YA QUE SE VIENE EL 3 DE MAYO

| 22/04/2018

Casi un tercio de su vida, San Carlos de Bariloche fue agrícola y ganadera

Casi un tercio de su vida, San Carlos de Bariloche fue agrícola y ganadera
Primeras formaciones ferroviarias en la zona del Nahuel Huapi.
Primeras formaciones ferroviarias en la zona del Nahuel Huapi.

Hubo dos puntos de inflexión: la llegada del ferrocarril en 1934 y la creación de la Dirección de Parques Nacionales, con Exequiel Bustillo como impulsor de la ciudad turística. Impronta que se perpetúa hasta hoy.

Bariloche no siempre fue una ciudad turística. Para quienes tenemos la suerte de habitar aquí, la aseveración puede contener alguna sorpresa a partir de cierta tendencia humana a considerar las situaciones económicas y sociales como inmutables. Pero así fue: si se tiene en cuenta que la fundación de la localidad data del 3 de mayo de 1902, puede concluirse que, durante más del 30 por ciento de su vida urbana, la localidad tuvo un perfil agrícola-ganadero. Recién a partir de 1934, es posible hablar de una ciudad que se consagró a funcionar como centro turístico.

Desde las ciencias sociales y la corriente de la historia regional, suele considerarse que los períodos para la investigación del pasado local son cuatro. El primero se extiende desde el siglo XVI hasta fines del XVII, en tiempos de las soberanías indígenas. El segundo se superpone, en parte, con el anterior; se estira hasta los siglos XVIII y XIX e incluye los aportes que hicieron viajeros de diversos orígenes y misioneros. El tercero incluye a la Campaña al Desierto y períodos inmediatamente posteriores y el cuarto enfoca la impronta de “pioneros en inmigrantes”. A su vez, presenta etapas bien diferenciadas: la construcción del pueblo que quedaba en la frontera respecto del centro del poder político y económico (1884 – 1934), la consolidación de la localidad turística (1934 – 1980) y la búsqueda de una nueva identidad urbana (1980 – 1999).

En efecto, no siempre fue turismo, con sus temporadas altas y bajas. A partir de 1934, empezó a cambiar el perfil del pueblo a partir de dos acontecimientos que modificaron su vida económica y social. Uno, la llegada tan esperada del ferrocarril… El trazado de las vías férreas fue obra, en el país, de los capitales ingleses, con un esquema radial que comunicaba a todos los puntos de producción con el puerto de Buenos Aires. Por lo tanto, la llegada hasta Bariloche no interesó a los inversionistas, más allá de las calurosas demandas de sus vecinos.

La llegada de las vías produjo un crecimiento explosivo de la actividad turística en pocos años porque el ferrocarril produjo la posibilidad concreta de abaratar los costos y las horas de viaje para los turistas que venían desde Buenos Aires. También disminuyó los riesgos de una travesía que antes se convertía en una verdadera aventura. De 600 visitantes por año, arribaron 1.500. Hacia 1940, llegaron 4.000 y, en la década posterior, la cifra ascendió a 55.000 pasajeros por año.

Parques Nacionales

El esquema que derivó del ferrocarril funcionó más o menos correctamente hasta la década de los 90. La abrumadora mayoría de los turistas que arribó a Bariloche hasta la década del 70 se valió de los trenes, con algunas formaciones de leyenda. Los ajustes y las privatizaciones que trajo consigo la primera experiencia neoliberal, puso al ferrocarril en coma y, si bien Río Negro retuvo el ramal que une la costa con la cordillera, nunca se pudo recuperar aquel tráfico intenso.

Pero volvamos a los 30. A la llegada del ferrocarril, se sumó una instancia administrativa de carácter decisivo: la sanción de la Ley 12.103 por la cual se creaba la Dirección de Parques Nacionales. A partir de su entrada en vigencia, las reservas Nahuel Huapi e Iguazú pasaron a depender de la nueva dependencia bajo la supervisión de Exequiel Bustillo, quien sucedió al anterior presidente de la Comisión de Parques, Ángel Gallardo.

Como sabemos, el nuevo titular tuvo una influencia importante en la fisonomía arquitectónica que iría a adquirir la ciudad, ya que su objetivo era concretar “un esfuerzo colonizador, el alto propósito patriótico de conquistar de una vez por todas un pedazo de frontera que estaba aún distante de integrar la unidad espiritual de la República”. En sus planes, estaba impedir la inmigración chilena, permitir la visita de extranjeros y de la élite porteña, a quienes Bariloche recibiría en “villas residenciales”.

Bustillo estuvo lejos de ser un conservacionista, pero tampoco vio con buenos ojos la explotación libre de los recursos forestales. Su plan consistió en hacer de la zona un lugar atractivo para la actividad turística, de ahí que fuera necesaria la creación de infraestructuras que fueran capaces de brindar servicios y, a la vez, aportarle una nueva identidad a la ciudad. De su período, datan el hotel Llao Llao, el Centro Cívico, la Iglesia Catedral y el reordenamiento del tránsito, a través de la construcción de calles y avenidas.

Por entonces, el turismo se convirtió en la actividad predominante, aunque se orientaba sobre todo a captar la atención sectores sociales muy adinerados, es decir, la oligarquía bonaerense. Sus integrantes venían de paseo o bien ubicaban sus mansiones en las costas del lago. También hizo su arribo el turismo internacional. En esa época, la temporada alta se reducía al verano: en un año promedio de los 40, ingresaron 10.868 turistas. Eran los que podían costear los servicios de transporte y los elevados precios de la hotelería. Al Bariloche agrícola y ganadero, no le quedó más remedio que batirse en retirada.

La explosión del 60

El modelo turístico al cual aspiraba Ezequiel Bustillo no es el que impera en la actualidad en Bariloche porque, como quiso el funcionario, la ciudad se integró al resto de la Argentina y no pudo sustraerse a las convulsiones de los 40. En efecto, hubo una segunda etapa para la consolidación de Bariloche como ciudad turística desde 1947, que puede definirse como de “turismo social”. Se relaciona con el ascenso del peronismo en el país y de la posibilidad para la clase trabajadora de disfrutar de sus vacaciones en hoteles que construyeron sus sindicatos, con préstamos y cuotas para hacer frente a los gastos.

Fue así como, en los 50, la afluencia de turistas llegó a 55.000 pasajeros, para alcanzar los 100.000 en 1960. Aún era el ferrocarril el medio de transporte más significativo, hasta que se asfaltó la Ruta Nacional 237, entre Neuquén y Bariloche. Esa incorporación facilitó la circulación del transporte público carretero y también de los autos particulares. En 1960, existían 27 hoteles en el ejido urbano y 146 en el resto de la ciudad. Aunque con vaivenes, el crecimiento no se detendría.

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