14/04/2018

La guerra en Siria se lleva por delante la historia

A raíz de las renovadas bravatas del presidente estadounidense, la opinión pública internacional volvió a dirigir su mirada hacia Siria, escenario de la más tremenda sangría de los últimos años. Desgraciadamente, en esta oportunidad Donald Trump estrenó sus “bonitos” misiles con que amenazó al gobierno sirio y a Rusia en la jornada de ayer.

La situación en Siria constituye el más flagrante fracaso de “la comunidad internacional”. El objetivo más importante y perentorio es que cese el fragor de las armas para que al término de los combates, se pueda poner en marcha algún programa de reconstrucción. La población civil aguarda con resignación que vuelvan a funcionar las redes de comunicación, la provisión de gas, agua y energía eléctrica, además de los teléfonos.

Pero más allá de la suerte de las infraestructuras que son necesarias para recuperar normalidad en la vida cotidiana, el interminable conflicto provocó estragos que de ninguna manera se recuperarán, por más inversiones internacionales que puedan llegar: el otrora exuberante patrimonio artístico e histórico que atesoraba el país se redujo a tristes ruinas a fuerza de bombazos, de una y otra parte.

Antes del estallido de los enfrentamientos, Siria era el país de Medio Oriente que más riqueza arquitectónica y artística albergaba. Su posición en el oriente del Mediterráneo y el occidente de Asia, le hizo funcionar durante cuatro milenios como un espacio de encuentro entre distintas civilizaciones. Cinco años atrás, la UNESCO advirtió el peligro que corrían los miles de yacimientos arqueológicos que se encuentren en su jurisdicción, al igual que los seis sitios que considera Patrimonio de la Humanidad: las zonas arqueológicas de Idlib, la ciudad de Alepo, Palmira, el casco antiguo de Damasco, Bosra y el así llamado Crac de los Caballeros.

Antes de la conflagración, esos reductos se encontraban en condiciones relativamente buenas, ya que Siria no pasó con anterioridad por guerras especialmente destructivas. Desde ya quienes tuvieron la posibilidad de visitar el país, pero también todos quienes son adeptos a los documentales o a la lectura, saben que en muchos rincones sirios y ciudades, abundan los tesoros históricos, que ni siquiera eran sujetos de explotación turística significativa.

Es muy lamentable que como consecuencia de una guerra fratricida, la herencia de siglos o milenios sufriera una suerte de holocausto. Como todavía no se acalla la voz de las armas, nadie está en condiciones de evaluar la magnitud de los destrozos que provocaron los combates, pero al menos tres de los lugares “Patrimonio de la Humanidad” recibieron el castigo bélico. Inclusive, sitios que están lejos de los núcleos urbanos fueron objetivo de la artillería.

Las denuncias que dieron a conocer especialistas en patrimonio histórico, acusan la existencia de una práctica generalizada, tanto entre las fuerzas del gobierno como entre sus antagonistas, que consiste en atrincherarse en los edificios monumentales. Por ejemplo, el Ejército utilizó las históricas ruinas de Palmira para instalar una base. Además, tanto oficialistas como rebeldes dispusieron a sus partidarios tras los muros de viejas joyas arquitectónicas como Alepo, Bosra, Al Mudiq y Al Rahba. La consecuencia no puede ser otra que la destrucción parcial o total. Además, tiradores se parapetaron en antiguos mezquitas o iglesias e inclusive, se utilizaron excavaciones arqueológicas como trincheras.

Sostienen las impotentes denuncias que especialmente llamativa fue la destrucción del minarete de la Mezquita de los Omeyas, en Alepo. Además, el casco histórico de esa ciudad es apenas un grato recuerdo, inclusive su zoco, que era considerado el mayor de mundo solo comparable con el de Estambul. Sus construcciones más antiguas databan del siglo XIV.

No es menor la calamidad que supone el saqueo de museos y yacimientos arqueológicos, al amparo de la confusión y el vacío de poder que supone el estado de guerra permanente. Según el cálculo que realizó Información Humanitaria, una organización que depende del Departamento de Estado estadounidense, el 97 por ciento de los bienes culturales se encuentra en zonas de guerra o de desplazamiento de población. A esa magnitud hay que sumar los 700 pueblos, villas y monasterios de valor histórico que ya sufrían abandono antes del conflicto ante la dejadez del gobierno sirio.

Como ya pasó en Irak, los robos se multiplicaron. Por ejemplo, de la ciudad romana de Apamea desaparecieron mosaicos bizantinos. También existen denuncias sobre sustracciones de piezas en cuatro museos de importancia. Al parecer, en un primer momento eran responsabilidad de vecinos, insurgentes o soldados, pero después comenzaron a funcionar bandas organizadas que trabajan para mafias internacionales. La guerra no solo “pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”. También destruye historia.

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