13/04/2018

Los límites de la panacea turística

Suele considerarse que el turismo internacional es la industria más característica de la globalización económica.

Si bien su despegue arrancó después de la Segunda Guerra Mundial, esta variante de la actividad turística adquirió preponderancia a escala global a comienzos del siglo que transcurre. Para que fuera posible, concurrieron varios factores, entre ellos, la presión des-reguladora y liberalizadora a escala planetaria, el movimiento acelerado de personas y mercancías, la energía barata, las economías de escala y la hegemonía del consumismo.

Esta concurrencia colocó al turismo de la globalización en la primera línea del comercio internacional. Implica la tercera parte de la exportación mundial de servicios y la décima parte del producto bruto global. Asimismo, el sector supo crear la imagen pública de la “industria sin chimeneas” que, en realidad, esconde una parte sustancial de sus impactos.

Dos aspectos centrales del modelo turístico global fueron el crecimiento permanente y la expansión hacia territorios periféricos. Primero: los desplazamientos internacionales se multiplicaron 50 veces en un lapso de 60 años y en 2009 se duplicaron respecto a 1989. Para 2030 se prevé el doble que en 2009 y 90 veces más que en 1948. Segundo: los países periféricos aumentaron su participación en la torta del turismo global un 30 por ciento en un lapso de 15 años, para arribar casi al 50 por ciento.

Sin embargo, el así llamado turismo internacional forma parte de un modelo de consumo que pone en práctica menos del 20 por ciento de la población mundial, ya que solo es relativamente accesible en los países más poderosos, en general ubicados al Norte del planeta. En tanto, en la periferia, entre el 80 por ciento y el 99 por ciento de su población queda al margen de su consumo. Para ponerlo en “fracciones”, una séptima parte de la población del planeta puede hacer turismo en las otras seis séptimas partes.

2012 marcó un punto de inflexión porque ese año se superó el umbral de los 1.000 millones de turistas. En la presentación de la campaña “Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades”, el por entonces secretario general de la Organización Mundial del Turismo (OMT), Taleb Rifai, señalaba que “cada turista representa una oportunidad para alcanzar un futuro más justo, más integrador y más sostenible”.

Es la misma lógica perniciosa de cualquier otra práctica económica bajo el paradigma dominante: “cuanto más, mejor”. El crecimiento del turismo internacional se considera, sin matices, positivo en sí mismo, no solo para la industria, las corporaciones transnacionales, los países de emisión y recepción y los consumidores, sino también para las sociedades y entornos naturales anfitriones, más aún si se trata de un país empobrecido.

Como sabemos, el paradigma desarrollista se apoya en indicadores que miden fundamentalmente el crecimiento del volumen, el beneficio económico y la acumulación de capital. Según éstos, la industria turística global goza de una excelente salud y de unas perspectivas inmejorables, ya que crece continuadamente y se prevé que siga la senda en los próximos años. No obstante, las mediciones del PBI no contemplan la destrucción de entornos o cómo se distribuyen los ingresos.

En las contabilidades tradicionales tampoco figuran la deuda ecológica, la satisfacción de necesidades de las personas y de la biosfera. Menos aún la enorme cantidad de funciones de reproducción social que no pueden valuarse en forma monetaria, pero son imprescindibles para la vida. Como sabemos, detrás de la idea del crecimiento infinito subyace suponer que no hay límites: posibilidades ilimitadas de recursos, fuentes de energía, producción y acceso a bienes, generación de residuos o movimiento.

En sintonía con el capitalismo global en su conjunto, el turismo internacional evidencia un interesado “olvido” ante cualquier límite en su expansión. Pero elementos como el cambio climático, el “pico del petróleo”, la contaminación, la pérdida de biodiversidad o el agotamiento de materias primas, obligan a cuestionar categóricamente la posibilidad de un turismo cada vez más rápido, frecuente, lejano, barato y masificado.

A comienzos de la década en curso, la demanda humana superó la capacidad de carga del planeta: las capacidades ecológicas se ven superadas por el nivel medio de consumo mundial en un 50 por ciento. Quiere decir que el planeta demora un año y medio en regenerar los recursos renovables y en absorber el dióxido de carbono que se emite en un año. Es decir, la cuenta no da.

En consecuencia, el optimismo del crecimiento turístico perpetuo se enfrenta a un contexto de límites biofísicos que convierten a la panacea en absurda y obligan a un replanteamiento fundamental de la propia industria. Para muestra basta un botón… ¿O en serio alguien piensa que el modelo turístico de Bariloche ofrece algún rasgo de sostenibilidad? Basta con hacer memoria.

Te puede interesar
Ultimas noticias