11/04/2018

Por culpa de Urquiza

El 18 de octubre de 1801 nació un personaje clave de la historia argentina, cuya actitud en la Batalla de Pavón determinó la suerte que el país corrió después de ese hecho de armas.

Sin temor a forzar las interpretaciones, nos tienta afirmar que la configuración nacional que comenzó a forjarse entonces, es la que prevalece hasta hoy. Nos referimos a Justo José de Urquiza, quien dejó de existir un día como hoy de 1870, durante una insurrección de sus coterráneos.

La trayectoria del entrerriano se cruzó con la interminable contienda que libraron durante décadas federales y unitarios, disputa que había comenzado bastante antes. Con los proyectos constitucionales de 1819 y 1826, la burguesía comercial porteña había intentado consolidarse jurídicamente. En ambas coyunturas, el sector sostenía la hegemonía de los comerciantes británicos y sus socios nacionales, su modelo económico se basaba en el control de las rentas aduaneras, la libre importación, el puerto único y el control de todos los ríos.

Ese fue el proyecto económico que se expresó políticamente en el unitarismo, que además supo asumir un claro corte aristocrático. Frente a esa manera de entender las cosas, las provincias se rebelaron. Al igual que durante los 90 del siglo XX, por entonces las economías provincianas quebrantaron gracias a la libre importación y además, porque los impuestos aduaneros quedaron en la futura capital de la Argentina.

En aquellos tiempos, los pequeños productores agrarios y los incipientes talleres se fundieron. ¿Semejanzas con la actualidad? Como consecuencia, innumerables jornaleros y peones se quedaron sin trabajo. Inclusive, en el interior del país varias familias originalmente adineradas sucumbieron ante esa política económica, como cuenta el propio Sarmiento en sus “Recuerdos de provincia”.

Fue la instalación de esta política la que determinó la confluencia de los sectores altos en decadencia, con las clases populares. El fenómeno se registró en varias provincias y dio vida a los caudillos y las montoneras, es decir, los que combatían en montón. Casi toda la historia argentina del siglo XIX está cruzada por las insurrecciones que una y otra vez se levantaron contra las imposiciones de Buenos Aires.

Ese fue el origen de las guerras civiles, que recién finalizaron con la derrota de la Confederación y los últimos levantamientos federales (hacia 1870). De un lado, el sector mercantil porteño, socio de los capitales ingleses. Su modelo, una economía de exportación que se basaba en el puerto. Su ideología, “civilización o barbarie”. Del otro, un gran frente -por usar terminología moderna- en el cual se alistaban estancieros empobrecidos, algunos militares y las mayorías populares, en aquella época personificadas por el gaucho.

Al comenzar el proceso de la emancipación, se fabricaban carretas en Tucumán. Corrientes contaba con astilleros y en Cuyo estaban orgullosos de su producción de vinos y otros cultivos. En La Rioja se desarrollaban emprendimientos mineros, también en San Luis aunque en menor escala. En Salta y Jujuy eran importantes y afamados los tejidos. Falso que el único camino que podía tomar la Argentina es el que finalmente adoptó, es decir el agro-exportador.

Para algunos historiadores de izquierda -muy cercanos a la narración de Bartolomé Mitre- los caudillos eran señores feudales. Suponen entonces que la puja entre la burguesía comercial porteña y los federales del interior puede pensarse como el enfrentamiento entre el progreso y el atraso. Determinado autor se preocupó por probar que casi la totalidad de los caudillos eran propietarios de tierras y al mismo tiempo, jefes militares. Pero no fue el caso de Felipe Varela, por ejemplo.

Decía este investigador que “el componente popular supuso únicamente su utilización como apoyo político de base de las luchas interclases”. Como puede preverse, a continuación hablaba de “manipulación”, la misma que encontraron los teóricos durante el siglo XX cuando se desplegaron frente a sus ojos otros dos fenómenos a los que jamás pudieron entender: el yrigoyenismo y el peronismo.

En nuestra historia, que el caudillo proviniera de la clase de mayor poder económico e inclusive, mayor bagaje cultural, no determinó que solo defendiera sus intereses. Únicamente a partir de una subestimación absoluta del gauchaje podría entenderse que decenas de miles de jinetes arriesgaran su cuero en tantos entreveros en el marco de una pelea que de resultar victoriosa, solo hubiera redundado en beneficio del patrón.

Al defender el federalismo, la protección económica y la distribución de las rentas aduaneras, los caudillos encarnaron para la realidad argentina, banderas auténticamente progresistas, ya que apuntaban a la unidad nacional -e inclusive americana- a la defensa del mercado interno, a la producción local y al pleno empleo. Muy distinto sería la trayectoria argentina si entre otros factores, la suerte de las armas se hubiera expresado de otra manera en Pavón. Urquiza mediante…

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