03/04/2018

La OTAN contra la libre determinación de los pueblos

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se fundó el 4 de abril de 1949, es decir, hoy cumple su 69° aniversario.

Puede adivinarse el despliegue bélico que se exhibirá en alguna de las capitales europeas, exposición intimidante que tendrá como propósito dejar por sentado quién manda aquí, a raíz del surgimiento de varias potencias emergentes y del renovado protagonismo ruso en las relaciones internacionales.

El cumpleaños encontrará a la OTAN con varios de sus objetivos redefinidos. Está claro que en los últimos tiempos la alianza se propuso la incorporación de nuevos miembros en Europa del Este con la evidente determinación de rodear a Rusia. Por otro lado, con su participación en los conflictos de Oriente Medio –bien lejos del Atlántico Norte- el propósito es mantener abiertos los flujos de hidrocarburos desde esa zona hacia Europa.

Por último, a nadie escapa que en las hipótesis de Estados Unidos y sus más recalcitrantes aliados, el conflicto por venir se mantendrá con China, cuya economía es tan poderosa que mete miedo. ¿Qué pasaría si las autoridades chinas decidieran volcar parte de ese poderío al plano militar? Hasta ahora, insisten en señalar que sus fuerzas solo tienen carácter defensivo y en verdad, el presupuesto que destinan al área confirma esa aseveración. ¿Hasta cuándo?

La sede de la OTAN permanece en Bruselas. Su acta fundacional lleva la firma de Bélgica, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Holanda, Portugal, Canadá y Estados Unidos. En 1953 se incorporaron Turquía y Grecia. Dos años después hizo otro tanto Alemania Occidental y en 1982, ingresó España. Después de la desintegración de la Unión Soviética, la organización se propuso avanzar territorialmente hacia el Este y con éxito: los tres primeros miembros del antiguo Pacto de Varsovia que ingresaron fueron Hungría, Polonia y República Checa.

En sus inicios, la OTAN se “vendió” a la opinión pública como una fuerza militar que tenía como propósito detener y enfrentar “la amenaza soviética”. En la actualidad, es un ámbito donde la hegemonía estadounidense se ejerce con todo vigor, aunque el actual ocupante de la Casa Blanca no demuestre mayor respeto por sus socios “atlánticos”. Aún así, es muy difícil que el resto de los miembros pueda oponerse con éxito a una determinación que adopte Washington.

Años atrás, la OTAN intervino en Kosovo porque Estados Unidos quiso. Su permanencia en Afganistán tiene la misma explicación y brindó apoyo logístico a la invasión contra Irak con idéntico cometido. Las cosas son muy claras, salvo para quien no quiera verlas. La OTAN perdió su carácter de organismo defensivo paneuropeo al desaparecer su hipotético contrincante, en 1991. Desde entonces, la alianza atlántica modificó su estructura y sobre todo, sus fines.

En el presente, es sobre todo un instrumento militar de las políticas neo-coloniales de Estados Unidos y de las propias potencias europeas más importantes, en una relación que no está exenta de desacuerdos. La OTAN no tiene mayores pruritos en hacerse presente en África, celebró un convenio de defensa mutua con Kuwait, mantiene tropas en Afganistán e inclusive, ejercita a sus tropas para una hipotética ofensiva contraterrorista en América Latina.

Ninguno de los escenarios que mencionamos se ubica en Europa y ni siquiera en el Atlántico Norte. La doctrina no es nueva. A fines de los 90, el por entonces secretario de Estado norteamericano, James Baker, advertía que la OTAN tenía la obligación de aumentar su poder para garantizar la paz a niveles europeos y planetarios. Por otro lado, ante el enorme potencial ruso en materia de recursos naturales, energéticos y humanos, Estados Unidos no puede permitir una alianza eslava con Europa Occidental porque ese acercamiento heriría de muerte su cuestionada supremacía.

En los últimos 20 años, la metodología que encontraron europeos y estadounidenses para meter las narices y atentar contra la libre determinación de los pueblos, se basa en las “misiones de paz”. Con el fárrago discursivo que los caracteriza, disimulan sus intromisiones con operaciones para “garantizar la democracia”, “defender los derechos humanos” y “las libertades de los pueblos”. Balcánicos, iraquíes, afganos, sudaneses, somalíes, libios o sirios, entre otros, pueden dar fe de las bondades de la paz, la democracia, los derechos humanos y libertades que traen consigo los contingentes de la OTAN.

De más está decir que bajo su paraguas, Estados Unidos acostumbra a actuar sin tener en cuenta las resoluciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En los últimos años, ésta no pudo tener otra presencia que la del papel en los conflictos más importantes. La Carta Fundamental del organismo dice que “ningún país miembro puede adoptar medidas coercitivas sin autorización del Consejo de Seguridad”. Pero, ¿quién lee en Bruselas o Washington la Carta de las Naciones Unidas?

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