31/03/2018

Hacia un versión 2.0 de la Guerra Fría

Para la abrumadora mayoría de los argentinos, en 2018, Rusia es sinónimo de Mundial y de esperanzas cada vez más moderadas, a la luz de los resultados más recientes que cosechó la selección que dirige Jorge Sampaoli. Menos son los compatriotas que siguen con algún grado de sorpresa el escándalo político y diplomático en el que está inmerso el país anfitrión, a raíz del envenenamiento en Gran Bretaña de un ex doble agente de su nacionalidad.

Durante la semana que finaliza y como clara muestra de respaldo hacia las medidas que adoptó el gobierno de Theresa May, Estados Unidos anunció la mayor expulsión de diplomáticos rusos desde la finalización de la Guerra Fría. La medida está en línea con la conducta que adoptaron previamente los principales actores de la Unión Europea. Para volver al fútbol, digamos que Islandia anunció que su delegación no se conformará con funcionarios oficiales.

Sin embargo, las reacciones occidentales también deben leerse a la luz de coyunturas propias que poco tienen que ver con las hipotéticas andanzas del Kremlin. En efecto, el respaldo casi sin fisuras de la Unión Europea hacia el gobierno británico tiene que interpretarse en el marco de las negociaciones por el Brexit cuando, en términos estrictos, no hay ninguna prueba concluyente de que Moscú esté detrás del envenenamiento de Serguéi Skripal.

Es verdad que la hipótesis es verosímil pero, si se tiene en cuenta que atravesamos la era de la post-verdad, la política de escalada en la que se embarcaron los aliados occidentes con las esperables réplicas rusas no parece el mejor camino. Ni para dilucidar la verdad en relación al caso desde una perspectiva policial, ni para delimitar o moderar el conflicto. Por las dudas, recordemos que, al momento de redactar estas líneas, no había finalizado la confección del informe sobre la forma en que se utilizaron armas químicas.

Reacciones tan enérgicas pueden considerarse un tanto prematuras, celeridad que permiten vincularlas más con el Brexit que con el caso Skripal. Una profundización de las tensiones permite avizorar una “versión 2.0 de la Guerra Fría”, según la expresión que acuñó un referente alemán de los “verdes”. Si el objetivo europeo es que, por ejemplo, Rusia desista de desplegar cohetes de medio alcance en Siria, elevar la voz no parece el mejor camino.

Con el certamen ecuménico a la vista, son decenas de miles en el mundo quienes prevén viajar a Rusia para seguir las alternativas del fútbol. ¿Sabrán que en Occidente hay varios dirigentes de importancia que proclaman que Vladimir Putin sólo entiende el idioma de la fuerza? Incluso en lugares como Gran Bretaña o la Unión Europea, se soslayan los procedimientos que deberían seguirse en casos como el del envenenado: atender la situación especialmente y con premura, aguardar el informe y actuar en coherencia, para luego castigar al o los responsables.

En los ámbitos que siguen de cerca el devenir de la política internacional, sorprendió que el presidente de Estados Unidos se plegara a la réplica europea. La respuesta de Washington fue tan extrema que Moscú tuvo que cerrar su consulado en Seattle. ¿Por qué el asombro? Porque Donald Trump actuó en conjunto con Europa cuando en repetidas oportunidades dio a entender que la alianza transatlántica no figura entre sus intereses.

No hace mucho amenazó con iniciar una guerra comercial con la Unión Europea, a través de la imposición de aranceles. Recordemos, además, que el estadounidense afronta una investigación en su país a propósito de la incidencia de Moscú en la campaña electoral que, finalmente, lo condujo a la Casa Blanca. Es más, unas semanas atrás y a pesar de los consejos de su entorno, Trump telefoneó personalmente a Putin para felicitarlo por su aplastante triunfo en las urnas.

Como candidato, el magnate propuso en muchas ocasiones mejorar las relaciones con Rusia. Como presidente, resistió a los esfuerzos del Congreso por aplicar sanciones contra Moscú y calificó de “noticias falsas” a las conclusiones de sus propias agencias de Inteligencia, para quienes Rusia incidió en las elecciones. Incluso, despidió a un ex jefe del FBI que estaba a cargo de la investigación y, periódicamente, cuestiona en público al fiscal especial que sigue el caso. De ahí, el asombro en algunos analistas.

Aquel político “verde” alemán consideraba que Putin se ríe de las expulsiones y, a la luz de ese comentario, puede entenderse la jugada de Trump. O, como decían nuestros mayores, “mucho ruido y pocas nueces”. El estadounidense no acostumbra a cambiar de parecer. De hecho, el comunicado oficial de su gobierno resalta sobre el final el deseo presidencial de “cooperar para construir una mejor relación con Rusia”. Volvamos a la sabiduría popular: el tero canta lejos de donde guarda sus huevos.

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