27/03/2018

Confirman que volvieron a crecer las emisiones contaminantes

Es indiscutible: aquellas y aquellos que tienen poder de decisión, tanto en el sector público como en las grandes corporaciones, carecen de sensibilidad en relación al cambio climático.

En 2017, las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) crecieron un 1,4 por ciento y de esa manera, retomaron la senda ascendente después de tres años de estancamiento. La suba obedeció a una aceleración en la demanda de energía, que se ubicó en el orden del 2,1 por ciento. El doble de velocidad en comparación con 2016.

Dio a conocer los angustiantes datos la Agencia Internacional de la Energía (AIE), ámbito que se creó a partir de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en 1973, después de la crisis del petróleo. La AIE tiene como finalidad coordinar las políticas energéticas de sus miembros, con el objetivo de asegurar energía confiable, asequible y limpia a los habitantes de los respectivos países.

Su informe destacó que si bien la importancia relativa de las energías renovables volvió a incrementarse, convivió con una progresión en el consumo de los combustibles de origen fósil, que son los que precisamente emiten el CO2, el gas que más responsabilidad tiene en la generación del calentamiento global. Específicamente, la suba en el consumo de petróleo se ubicó en el 1,6 por ciento, más del doble de los registros medios para la década precedente.

Según la AIE, buena parte del incremento se explica por su mayor utilización en el sector transporte. Sin embargo, el mayor ascenso en el grupo de los combustibles fósiles se constató en el gas, con un 3 por ciento. Un tercio del incremento se explica por el crecimiento de su utilización en China. No obstante, la principal novedad vino del carbón, que es el fósil más contaminante: después de dos años de caída, acusó un incremento que rondó el 1 por ciento en la demanda.

En este caso, la suba se explica por su mayor utilización en la producción de electricidad en varios países del Sudeste asiático, sobre todo en India e Indonesia. No se trata de levantar dedos acusadores contra nadie en particular, pero las economías asiáticas en su conjunto tienen que ver con dos tercios en el ascenso de las emisiones de CO2, aunque China evidenció un punto de inflexión en la tendencia. ¡Menos mal!

En efecto, aunque la demanda energética en el gigante creció un 7 por ciento en 2017, sus emisiones ascendieron a un ritmo sensiblemente menor: 1,7 por ciento. La feliz brecha se explica por el creciente despliegue de energías renovables y una disminución de la importancia relativa del carbón en su matriz. Para el caso del último, el pico de utilización se registró en 2013. No obstante, hay que recordar que es imperativo que las emisiones de CO2 dejen de crecer e inclusive, deben retroceder.

Más allá del tono gris general, hay que realzar que algunos países desarrollados lograron precisamente, descensos en sus emisiones, entre ellos, Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos. En el “gran país del Norte”, la baja fue del 0,5 por ciento, se convirtió en la tercera consecutiva y en la mayor en términos absolutos: 25 millones de toneladas de CO2 menos. La disminución se logró por el alza en la utilización de las energías renovables y la progresiva sustitución del carbón por gas en la generación de electricidad.

También se apuntaron bajas en México pero como contrapartida, la Unión Europea evidenció una expansión del 1,5 por ciento, equivalente a casi 50 millones de toneladas. La expansión implicó una inversión de la tendencia descendente de los años previos, como consecuencia de la nueva dinámica que alcanzó la demanda de gas y petróleo. En términos globales, los combustibles fósiles supusieron un 81 por ciento de la demanda total de energía y significaron un 70 por ciento en el incremento de las emisiones de 2017.

En coherencia con las evaluaciones que dio a conocer, la AIE hizo notar que durante el año pasado, los avances en la eficiencia se ralentizaron de manera marcada con una mejora de la intensidad energética que se limitó al 1,7 por ciento. Se trata de un indicador que relaciona a la eficiencia energética con determinada economía, es decir, el consumo energético y el Producto Bruto Interno.

La intensidad energética es elevada cuando el costo de “conversión” de la energía en riqueza es alto: se consume demasiada energía para obtener un PBI relativamente bajo y viceversa. En los tres años precedentes el ascenso de la intensidad energética se había ubicado en el 2,3 por ciento anual. Quiere decir que en 2017 se produjo una suerte de relajación en las políticas de eficiencia energética a escala global. No parece buen momento para el relax.

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