19/12/2017

Héctor y Marta, porteros de vocación, dijeron adiós a las escuelas

- HISTORIAS DE VIDA - Muchas veces el paso por la escuela primaria o secundaria queda en el pasado, a excepción de los recuerdos que podemos tener de aquellas personas que marcaron su presencia en ese transcurso de nuestras vidas. Esto es lo que generalmente sucede con los porteros, siempre presentes con los oídos dispuestos a escuchar y dar soluciones a pequeños grandes problemas.

Héctor y Marta, porteros de vocación, dijeron adiós a las escuelas
Héctor en su último día de labor.
Héctor en su último día de labor.

Por Susana Alegría
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Héctor Edgardo Urra y su esposa Marta Elena Lefiñanco se acaban de jubilar como porteros, con solo quince días de diferencia, y compartieron una charla, mates de por medio con El Cordillerano, contando lo que ha significado para ellos un oficio que mantuvieron más de la mitad de su vidas.

Héctor nació en Las Bayas y vino a vivir a Bariloche junto a su familia cuando tenía 18 años. “Empecé a trabajar en la construcción, en esa época nos llamaban jornaleros porque eran changas diarias”, dijo. “Antes a un pibe le daban trabajo enseguida, no es como ahora” agregó.

Marta es barilochense, conoció a Héctor en una matiné, se enamoraron y cuando cumplió 15 años se fueron a vivir juntos, (llevan 46 años de casados), a los 16 fue mamá de la mayor de sus cuatro hijos.

“Cuando la conocí le mentí, le dije que era estanciero, creo que con el tiempo se dio cuenta que no era cierto”, bromeó Héctor.

Por medio de una recomendación empezó a trabajar en la Escuela Nº 16, “entré a pintar pizarrones, esos primeros meses me pagaba la cooperadora, mi turno era de 14 a 20 horas, pero después el director pidió que me contrataran”.

“Siempre le digo a los chicos que hay que prestar atención a lo que uno ve hacer, porque así se aprenden muchas cosas en la vida”, contó.

El director en ese momento era Claudio Dezzoti, quien fue muy conocido en Bariloche por desempeñarse como profesor de Historia. “Con él aprendías a trabajar o te ibas, el 21 de noviembre del 79 me llegó el contrato, así que estuve 38 años en la escuela”.

Recuerda que en ese momento eran tres, Elsa Melo, Adelina Santana y él, después incorporaron al plantel a Luis para el gimnasio, pasando luego a la escuela. “Elsa vivía en la escuela, me habían ofrecido a mí esa casa pero no acepté porque era mucho compromiso” dijo Héctor.

Marta comenzó también en la escuela Nº16 pero compartido con el jardín de infantes que tenía solo dos aulas, en el piso de arriba vivía el director. “Como nuestros hijos eran chiquitos y estaban cursando en la 273, recién nos mudábamos a esta casa, pedí el traspaso a la escuela Nº 325 que tenemos enfrente”, explicó.

“Si vivís en la escuela estás esclavizado, por eso no habíamos querido vivir en la 16 pero al final fue lo mismo, cualquier cosa que pasaba cruzaban la calle a buscarme”, recordó. “Una vez por ejemplo a las cuatro de la mañana me vinieron a buscar porque unos pibes del barrio habían entrado y abrieron todas las canillas de las piletas, tuve que estar hasta las siete sacando agua del edificio”, relató.

Esa situación la agotó, nuevamente pidió el traslado y se fue a la Nº 320, lugar en el que trabajó hasta que se jubiló, con 30 años de antigüedad.

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El cariño de los chicos

En los actos de fin de año llama la atención que algunos de los que egresan eligen a un portero para que les entreguen los diplomas, eso refleja el gran cariño que los chicos sienten por ellos. “Nosotros los retamos pero somos en quienes más confían, ahora que me jubilé tuve que ir a los tres actos porque querían que estuviera”, dijo Héctor. “Conozco a muchos padres desde que eran alumnos y ahora llevan a la escuela a sus hijos”.

Quiso compartir un secreto “para trabajar con los chicos te tiene que gustar, porque estás todos los días con ellos, si sos mala persona o no te gusta, te molestan” agregó. “Hay algunos que tienen muchos problemas o son ‘difíciles’ para la mayoría, pero yo les hablo, les pregunto qué les pasa y siempre me cuentan”, confesó. “A veces nos cuentan cosas que ni los maestros ni sus padres saben” aseguró Marta. Con solo ver sus rostros saben que algo les sucedió, porque ese trato diario los lleva a conocerlos.

Ambos coincidieron en que cada fin de año es la misma tristeza el despedir a los que terminan la primaria, “es como que se va un pedacito nuestro, porque cada uno es diferente y esas ausencias se sienten”, señaló Héctor.

Anécdotas

A lo largo de tantos años de trabajo fueron acumulando anécdotas, muchas de las cuales casi no recuerdan. “La que no me voy a olvidar nunca es una que me pasó precisamente con Dezzoti, el director” contó el portero. “Una vez estábamos los tres limpiando los pisos de la planta alta, era la hora de unos mates entonces hicimos una vaquita y fuimos a comprar facturas. Justo apareció el director así que las tiramos detrás de una puerta y seguimos limpiando. Cuando bajó la escalera fuimos a buscarlas pero no estaban, se las había llevado y no lo vimos” recordó riéndose, ninguno se animó a pedírselas y tampoco se las devolvió.

“Era una persona que te vigilaba todo el tiempo pero no lo escuchabas llegar, de golpe te dabas vuelta y ahí estaba, por suerte muchas veces me felicitó por mi trabajo”, dijo Marta. “Con él aprendí a ser prolijo y cuidadoso en mi trabajo, porque si pintaba un aula, no miraba las paredes, se agachaba y controlaba los rincones o lugares que apenas se veían” agregó Héctor. Supieron sacar provecho de las exigencias de un director muy especial.

Jubilarse

Los dos sabían que se estaban por jubilar, Marta hace casi dos años que no podía trabajar por problemas de salud, “fue un alivio jubilarme, al menos no soy un estorbo en la escuela porque estaba cobrando pero no podía hacer mi trabajo”, señaló ella.

Héctor además trabaja para la Universidad de Río Negro, que funciona en horario nocturno en el mismo edificio “me queda muy poquito pero todavía sigo con la llave de la escuela, el tema va a ser cuando la entregue ahí voy a ver qué siento”, dijo.

Están con planes de poder disfrutar de su familia de otra manera, sin relojes ni salidas obligadas, tienen deseos de viajar y vivir su matrimonio en una etapa diferente. Enseñanzas que aprendieron de la vida y ahora, podrán poner en práctica.

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