03/09/2017

Banda sonora de películas que no existen despidió “Motor Ranch”

- INTERIOR – NOCHE – BIBLIOTECA SARMIENTO LLENA - Concepto nunca visto ni oído por aquí, el grupo tocó su primera obra, que en vivo reúne música, elementos de guion cinematográfico y pinturas que se proyectan mientras suena. Gran trabajo. Las fotos que acompañan esta nota son de Virginia Salamida.

Banda sonora de películas que no existen despidió “Motor Ranch”
Garea, gran estilo. (Fotografías: Virginia Salamida)
Garea, gran estilo. (Fotografías: Virginia Salamida)

Por Adrián Moyano
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Interior – Noche – Auditorio teatral con localidades agotadas. El concierto de Banda sonora de películas que no existen arranca con palabras e imágenes. Aníbal Blanco enfrenta al micrófono y lee los primeros párrafos del guion, pleno de terminología cinematográfica. “La película abre lentamente de negro a un plano secuencia”, dice la primera línea. El film inexistente que nos contará el grupo tiene como protagonista a Matías, un joven profesional capitalino que como millones de porteños y bonaerenses, debe afrontar su jornada laboral muy temprano y “con evidente desgano”.

La secuencia será texto – música y de manera simultánea a los sonidos, proyección de imágenes a espaldas de la banda, bellas obras de Eduardo Sobico. Una atmósfera melancólica emana del piano que interpreta Marcos Radicella y de la guitarra al mando de Sebastián Lema. En el transcurso del concierto, el primero alternará teclados con su hijo Theo, razón de más para tocar con alegría aunque la trama de “Motor Ranch” no tenga que ver con los finales felices. Cierta aureola dramática se avisa desde la “Introducción”, primer tema que escuchamos, íntegramente instrumental.

Matías padece situaciones abusivas en sus relaciones laborales: un colega suyo se apropia de una aplicación por él desarrollada y se lleva los laureles del éxito. En forma simultánea, recibe una noticia: su abuelo falleció y le dejó como herencia un vieja combi Volkswagen. Tal el preludio literario al “Main theme”, que implicó la entrada en escena de Verónica Garea, la cantante que pone su voz al servicio de un conjunto que no está pensado para el lucimiento individual. Melodía bella que se pega después de escucharla dos o tres veces y que en la letra, anticipa el devenir del film jamás rodado: “hay algo más allá”. Como suele suceder, en vivo Banda sonora… potencia la performance que pudo plasmar en el estudio.

Es a partir del tercer cuadro o tema que la historia adquiere connotaciones claramente patagónicas. El guion asume ribetes poéticos cuando de manera previsible, Matías decide abandonar aquella opresión laboral con la combi como aliada y sólo una consigna: “mantener el Sol del atardecer en la butaca del acompañante”. Si el punto de partida es el barrio capitalino de Villa Crespo, la referencia es válida para saber que el viajero se dirige hacia el Sur. La guitarra asume velocidad rockera, sobre la base que apuntalan Leonardo Cessana (bajo) y Pablo Abecasis (batería), la voz de Garea es un instrumento más y todos viajamos a los 80 kilómetros por hora que debió dar aquella “Motor Ranch” anaranjada.

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Suspenso y burla

En “La coima” la música induce suspenso y hasta un tono burlón, con cadencias que remiten a las series televisivas de los 70 u 80. Según el guion, Matías tuvo que superar un retén policial de poca ética, incidente que ratificó sus convicciones y entonces, la combi encaró por “una desconocida ruta provincial”. En la escena siguiente, “plano detalle del estéreo y la mano de nuestro protagonista que intenta infructuosamente sintonizar una emisora de radio”, mientras él también se pregunta: ¿dónde está Santiago Maldonado? El tramo más “road movie”, con la discusión interior del viajero que se hace canción: “tengo que volver, me están esperando. Tengo que volver, lo sé. Tengo que volver, me están esperando. No voy a volver, lo sé”.

El viaje finaliza en un sitio que más tarde sabríamos, se llama Villa Mansa. Allí decide quedarse el programador senior, para emplearse a las órdenes de “El Gringo”, el “dueño del pueblo”. Además de instalarse y ganarse la aceptación de los vecinos, el muchacho se involucra con la hija de su patrón, “una muchacha de singular belleza”. La musicalización corresponde a “Llenando el tanque” y a pesar del sabor a triunfo del texto, impone cierto frenesí, la batería machaca y machaca y los cortes permiten inferir que todavía falta para el desenlace. De nuevo el suspenso.

En “Burn baby, burn”, comienza a tejerse el drama. Entre la voz y el piano, guiñan al jazz. El guion sostiene que en “un confuso episodio” -de esos que nunca tienen lugar en la Patagonia- y después de una discusión con El Gringo, la combi queda envuelta en llamas. Acto seguido, un “flashback”, es decir, la reflexión de Matías vuelve atrás en el tiempo mientras suena “La renuncia”, otra de las obras que cuenta con letra y un aporte distinguido de los teclados, rock pop muy delicado.

En “Au bout du monde”, primero Garea canta en francés para referir que Matías está en un lugar “al borde de la civilización”, precisamente al ritmo más típico de una chanson, que después muta en la misma composición, mientras ambienta una noche de bar. El concierto de Banda Sonora tuvo lugar el viernes último, cuando llovía mucho y en el Alto nevaba, más o menos en coincidencia con Santa Rosa. Así se llama el décimo tema de “Motor Ranch”, en cuyo transcurso (no) fílmico, una tormenta de lluvia y viento grafica cómo se hace añicos la relación entre Matías y Sandra. Un tramo bien progresivo de la BSO.

La explicitación a través de la lírica retorna en “Odómetro Kaput”. De nuevo la disyuntiva para Matías: ¿quedarse o retornar? Una canción que de nuevo recuerda a planteos instrumentales de otros tiempos. Para el guion, “el clímax de la película” coincide con “Tres cilindros”, cuando “forzando la situación, en un intento desesperado, Matías enarbola su egoísmo y busca una salida… Sólo para él”. ¿Será exagerado decir que nos suena a Pink Floyd? De nuevo la letanía: “tengo que volver, me están esperando…”

El final lleva como título “La radio”. El director que nunca filmó imaginó que la cámara realizara “un plano secuencia sobre unos coirones y en su recorrida descubre la bufanda abandonada de Matías”. Hubo sucesos violentos, la música suena a despedida, a marcha agitada. Los últimos sonidos nos dejan en vilo. Para el cierre, Banda sonora incluyó a Mariano Rodríguez, quien había abierto el show con “El dobro de la muerte”. Con su slide, prolongó la incertidumbre hasta el infinito. Luego, los anfitriones tocaron el tráiler de su próxima realización también inexistente: la trama de un narco guatemalteco que fue a parar a un calabozo estadounidense. Pero esa será definitivamente, otra historia. Todavía queremos viajar un poco más en “Motor Ranch”.
Interior – Noche – Biblioteca Sarmiento a sala llena... Aplausos, muchos aplausos.

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